El año sin verano. La noche del 12 de mayo de 1816, la ciudad de Quebec estaba helada como solía estarlo en diciembre, y el 14 amaneció cubierta de nieve. El día 6 de junio la ciudad de Nueva York, completamente cubierta por un manto blanco, presentaba un aspecto navideño. En apenas unas horas las temperaturas habían descendido 20ºC. En los campos de América del norte, las ovejas recién esquiladas morían de frío y al llegar el mes de julio, la sensación era la misma que otros años al final del verano. En China, el río Yangtsé se desbordó y el río Amarillo provocó con sus inundaciones más de cien mil muertos.
Por aquellas fechas, Mary Shelley y su esposo Percy, junto a la hermanastra política de Mary, Claire Clairmont, se encontraban en Suiza. Allí coincidieron, en los alrededores del lago de Ginebra -Lemán- con Lord Byron. El tiempo, excepcionalmente frío y lluvioso, no invitaba a salir al exterior, así que las veladas al calor del fuego se repetían en Villa Diodati, la residencia de Byron. Es allí donde el excéntrico escritor propone a sus invitados que cada uno de ellos escriba un relato de terror. La idea no pareció convencer a todos, pero sí a Mary. Ese mismo verano de 1816, Mary Shelley ya tenia un esbozo de su relato Frankenstein.
¿A qué se debía esta excepcional ola de frío en pleno verano? El 5 de abril de 1815, el volcán Tambora, situado en la Isla de Sumbawa al este de Java, en Indonesia, entró en erupción. El estruendo se escuchó a más de 1.000 Km de distancia y fue confundido inicialmente con cañonazos. La columna de cenizas y humo disipó pronto las dudas. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Los días posteriores, de relativa calma, no hacían sospechar lo que se se avecinaba. La erupción del día 5 era solo el primer estornudo de un volcán de más de 4.000 metros de altura. Las enormes presiones de gases sobre la lava contenida en el subsuelo provocaron una segunda erupción cinco días después. Metros de cenizas cubrieron los suelos y una ingente cantidad de lava arrasó todo cuanto encontró a su paso. Como consecuencia de la erupción del Tambora murieron decenas de miles de personas, -se calcula que unas 70.000-, tanto por efecto directo de la explosión como del tsunami que se originó.
Después de unos meses de sucesivas erupciones, el Tambora, que tenía 4.300 metros de altura, pasó a tener 2.850. Más de 1.500 metros de volcán, junto a las cenizas que emitieron las erupciones, fueron lanzadas por los aires alcanzando la estratosfera. Estas partículas de polvo supusieron una barrera para los rayos solares. Como consecuencia, las temperaturas descendieron, aunque quizá no deba atribuirse exclusivamente al Tambora la responsabilidad de aquel frío verano. También se sabe que durante las primeras décadas del s. XIX se produjo un período de baja actividad solar, lo cual tuvo que influir también en la bajada de temperaturas que, por otra parte, ha sido objeto de exageración. Es muy posible que la confluencia de ambos factores determinara que el verano del año 1816 fuera especialmente frío, pero no solamente ese verano, también otras estaciones en los siguientes años.
Hasta mediados del s. XIX, en el que las temperaturas comenzaron a subir globalmente, el hemisferio norte llevaba siglos con una media más baja que la que se había mantenido hasta el s. XIV. Entre este último y mediados del XIX se especula que debido a cambios en la actividad solar, entre otras causas, Europa y todo el hemisferio norte vivió lo que se ha denominado Pequeña Edad de Hielo. En España, los glaciares pirenaicos aumentaron de tamaño y las inundaciones por crecidas de los ríos fueron recurrentes. Especialmente gélidos fueron los años 1788 y 1789. ©ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO/Extracto del libro EL GENERAL QUE SE ALIÓ CON LAS ARAÑAS. TORMENTAS, VOLCANES, PANDEMIAS Y OTROS FENÓMENOS NATURALES QUE CAMBIARON LA HISTORIA