A GALERAS A REMAR

A GALERAS A REMAR

Los castigos a bordo de la galera. La orden general del Adelantado Mayor de Castilla, de 30 de mayo de 1586, establecía medidas disciplinarias como las siguientes: “Que se guarde el agua con mucho cuidado hasta que se vuelva a España. Que los esclavos, aunque sean moriscos, estén en la cadena y siempre la tengan muy remachada, y al dormir duerman junto a la crujía y los remeros a la banda, y si se va alguno, no sólo lo pagará el alguacil por lo que vale, sino que será condenado a galeras perpetuas por el daño que podría ocurrir de que se de noticia de esta armada, y adviértase a los capitanes que se fía de ellos este negocio principalmente, y que así se procederá contra ellos con rigor si en ellos hay descuido. A los que saben que son nadadores se les echen dos cadenas o manillas a las manos y con todos los que fuesen arraeces o turcos o moros de brío se haga lo mismo”.

Durante todo el siglo XVI y hasta bien entrado el XVII, aunque con algunos intentos de moderación desde 1607, los castigos y el trato hacia la chusma eran salvajes. Como nos enseña Gregorio Marañón, “los tormentos eran variados y refinadísismos”. Reducir las raciones era lo más leve que se les podía aplicar, luego estaban las prácticas más retorcidas como las de cortar orejas y narices, ritual que se llevaba a cabo con los esclavos moros y con el que se pretendía dejar una marca indeleble para el resto de sus vidas. El propio Marañón nos cuenta como un sanitario de las galeras tuvo que asistir a un hombre terriblemente maltratado. Al parecer, no sabemos exactamente por qué motivo, el capitán ordenó que fuera “estropeado”. Y el estropicio consistió en que se le colgara de un testículo una talega con dos balas de cañón y se le tuviera izado durante un cuarto de hora. Obviamente, el desdichado perdió el conocimiento y, cuando lo bajaron, el testículo era negro como el carbón y se le acabó desprendiendo. Atrocidades semejantes se producían de vez en cuando en la galera. Una de ellas era la propia forma de ejecutar la pena de muerte. El reo era atado con cuerdas por cada una de sus extremidades y cada cuerda se enganchaba a una galera diferente. De ese modo cada una de las cuatro galeras iniciaba la marcha hacia un lado opuesto y descuartizaba al desgraciado condenado a la vista del resto de la chusma y la tripulación. Una forma eficaz, sin duda, de advertir acerca de las consecuencias de determinadas infracciones. No es de extrañar que cuando un reo era condenado a la horca diera gracias a dios, al ejecutor de justicia y a su majestad por el alivio que suponía tan “limpia” y “humana” ejecución. Tanto la normativa relativa al comportamiento en las galeras como la que regulaba la forma de aplicar las penas, no estuvieron nada claras durante los siglos XVI y XVII.  ©MARCOS SAMPER, autor del libro A GALERAS A REMAR. LA VIDA COTIDIANA EN LAS GALERAS ESPAÑOLAS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. (Descubre más sobre este libro, pinchando en este enlace)