Lo que tuvo que ver un volcán en el inicio de la Revolución Francesa. Entre 1789 y 1799 Francia vivió un momento clave para la historia de Occidente. La Revolución Francesa estableció un nuevo equilibrio social, basado en unos principios que hoy son la base de los sistemas democráticos. Paradójicamente, la transformación tuvo poco de democrática, la mayor parte de sus protagonistas fueron guillotinados tras unos juicios que no eran precisamente un modelo de proceso con todas sus garantías.

La presunción de culpabilidad campaba a sus anchas. Se era culpable, tanto por lo que se decía como por lo que se omitía, por ser moderado cuando había que ser extremado, o por no ser todo lo extremado que se esperaba, y también por todo lo contrario. Las revueltas comenzaron por la más importante de las causas de descontento de un pueblo, el hambre. Y la responsabilidad de ello, curiosamente, fue de un volcán.

En 1783, el volcán islandés Laki, situado entre el Hecla y el gran glaciar de Eyjafjallajokull, registró una erupción con tal emisión de cenizas que asoló Islandia, provocando la muerte del ganado y de más de la mitad de la población. Las cenizas influyeron en el clima de esos años en el resto de Europa. Los efectos se dejaron notar en las cosechas, pobres e insuficientes para alimentar a aquellas gentes que tenían en el pan su alimento primordial. El descontento social, unas clases dominantes ajenas al hambre que estaba sufriendo el pueblo, y unos reyes enfrascados en los quehaceres frívolos de la Corte, dieron como resultado las revueltas con las que se originaría la Revolución Francesa.  ©ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO/Extracto del libro EL GENERAL QUE SE ALIÓ CON LAS ARAÑAS. TORMENTAS, VOLCANES, PANDEMIAS Y OTROS FENÓMENOS NATURALES QUE CAMBIARON LA HISTORIA