LOS PRISIONEROS DE FELIPE II

LOS PRISIONEROS DE FELIPE II

Felipe II de España (1527-1598) reinó durante más de cuarenta años, desde 1556 hasta su fallecimiento en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Luces y sombras dan color a aquel período, tal vez uno de los más apasionantes de la Historia de España, y sobre el que más tinta se ha vertido por parte de biógrafos, historiadores y novelistas.

María de Portugal, primera esposa del monarca, dio a luz el 8 de julio de 1545, en Valladolid, un príncipe a quien se puso el nombre de Carlos, en memoria de su abuelo, el emperador Carlos V. A los pocos días de haber dado a luz al heredero de la inmensa monarquía española, la reina falleció.

El príncipe Carlos creció sin su madre, mientras que su padre, ocupado constantemente en hacer las guerras de Inglaterra, Flandes y Alemania, no fue nunca el apoyo que necesitaba. Se crió lejos de él, bajo la dirección de los archiduques Maximiliano y María, y de la princesa doña Juana de Portugal, su tía paterna, regentes y gobernadores de España durante las ausencias de su abuelo y de su padre. Cuando Carlos V, abdicando de sus coronas en Bruselas, vino a España para retirarse en el monasterio de Yuste, a su paso por Valladolid visitó al príncipe Carlos, y según refieren casi todos los testimonios, no quedó satisfecho con la educación y el carácter de su nieto.

Precisamente de su carácter, las crónicas de la época narran aspectos inquietantes, como sus tendencias a la crueldad, que se descubren desde muy niño, cuando se entretenía destrozando con sus propias manos los conejos vivos que le traían de la caza. Quizá algún tipo de desequilibrio estaba presente en la personalidad del príncipe, pero un hecho resultó definitivo. El domingo 19 de abril de 1562, a las doce y medía del día, al bajar el príncipe por una escalera angosta del palacio arzobispal de Alcalá de Henares, se resbaló. Rodó algunos escalones y terminó golpeándose violentamente contra una puerta que se hallaba cerrada. Las heridas que recibió en el rostro y en la cabeza no parecieron necesitar de grandes cuidados, pero se complicaron después, de tal modo que pusieron en grave riesgo su vida. Fue necesario hacerle la operación del trépano, una intervención terrible y delicada, que por lo general producía unas severas consecuencias en el cerebro de quien la recibía.

Entre recaídas y con un carácter convulso y variable, violento muy a menudo hasta con las personas de su máxima confianza, el príncipe forjó la obsesión de querer partir como gobernador a los Países Bajos. Sin embargo, la decisión de Felipe II estaba tomada, lo haría el duque de Alba, al que trató de asesinar don Carlos con un puñal. Pero no quedó ahí la cosa. Intentó recaudar fondos y contar con el apoyo de don Juan de Austria, tramando su fuga a los Países Bajos, pero su padre, el todopoderoso Felipe II se enteró de la trama y ordenó el cautiverio de su hijo. Su salud física y mental se fue deteriorando y el 24 de julio de 1568 falleció, a los 23 años de edad, preso o retenido por su padre. La muerte puso fin a un serio problema para Felipe II. A partir de este momento, los rumores acerca de un posible envenenamiento fueron aprovechados desde los Países Bajos por los enemigos del rey. La leyenda negra del monarca iniciaba su imparable progreso. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO, basado en el libro LOS PRISIONEROS DE FELIPE II, de José Muñoz Maldonado