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El eclipse de sol de 1905 desde la cumbre del Guadarrama

Paisaje del Guadarrama. Martín Rico 1858

Paisaje del Guadarrama. Martín Rico 1858

EL ECLIPSE DE SOL DE 1905 DESDE LA CUMBRE DEL GUADARRAMA. Por Eduardo Caballero de Puga

En agosto de 1905 el Alto del león (Puerto de Guadarrama) es el lugar elegido para observar el primer eclipse de sol del siglo XX. El autor, Eduardo Caballero de Puga, nos narra cómo era el ambiente que rodeó al evento.

“Para observar el actual eclipse, el lugar más apropiado de nuestra Península es el litoral del Mediterráneo, por ser el menos expuesto a los ciclones del Atlántico; pero yo he preferido la cumbre del Guadarrama como la mejor atalaya para ver la llegada de la sombra de la Luna en su veloz carrera de un kilómetro por segundo… …Estudiemos ahora sus efectos… Son aquí los primeros, un desusado movimiento en el pueblo de Guadarrama, por los infinitos viajeros que de todas partes llegan, y que organizados en numerosas caravanas, con 10 grados de temperatura, comienzan desde las primeras horas del día la excursión al Puerto de su nombre, unos en las clásicas carretas, que hacen el camino en tres horas y son hoy exactamente iguales que en los tiempos de Don Quijote; otros, mirando a éstas con olímpico desprecio, en veloces automóviles, que a veces patinan y se quedan en la mitad de la cuesta; algunos en trotones borriquillos; los menos a caballo y los más en coches, no todos tan seguros que no sufran avería en el camino. Pero allá vamos todos, tan curiosos como audaces, porque el NO. (viento norte) es muy duro y el frío aumenta a medida que avanza el día y ganamos en altura. Eso sí, cada cual se abriga como puede, pues no fue fácil prever tan baja temperatura en el mes de Agosto, con lo que resultan trapos muy extraños, y hasta aristocráticas damas que lucen sobre sus elegantes pero débiles abrigos, las mantas de las camas de los hoteles de Guadarrama, no siempre bien tratadas por el tiempo.

MIL GUADARRAMAS. LA SIERRA HECHA PALABRA

MIL GUADARRAMAS. LA SIERRA HECHA PALABRA

La excursión es pintoresca; la ascensión hermosa y el panorama espléndido. De pronto, gritos de vaqueros y ruido de cencerros producen general impresión. Todos se detienen y el ganado bravo cruza pausadamente la carretera. La animación renace, y llegamos por fin a la cumbre del Puerto, apeándonos ante el pedestal que sustenta el carcomido león que a 1.570 metros sobre el nivel del mar, mandó erigir en 1749 Fernando VI sobre el promontorio que, permitiendo ver a un tiempo mismo las vertientes Norte y Sur del Guadarrama, se halla en la divisoria de las dos Castillas”.

Al terminar el eclipse, nos dice Caballero de Puga:

“La escena comenzó a cambiar; el viento decreció en intensidad; el Sol fue acrecentando su disco cual ascua de vivísimo fuego que amplía sus proporciones, y el frío, superior a la temperatura termométrica de cinco grados sobre cero, desalojó de los riscos a los excursionistas, que en numerosas bandadas se lanzaron a cobijarse al abrigo de las ensenadas de la vertiente del Sur, cerca de las hogueras en que humeaba el clásico arroz y las suculentas viandas. Todo recobró sucesivamente movimiento y vida. Sobre Siete Picos apareció de nuevo el águila; vino un momento a cernerse encima de mi cabeza y partió veloz en dirección a Castilla la Vieja, como mensajera feliz de que el astro del día había recobrado su imperio sobre la Tierra. Aterido, con el rostro y las manos amoratadas por el frío, yo también abandoné mi observatorio y me dirigí a tomar parte en el festín de los míos. Al pasar cerca de los distintos, animados y pintorescos grupos de comensales, vi que algunos alzaban sus vasos como brindando por el Sol, e impulsado por la general corriente brindé a mi vez, con todos los entusiasmos de mi alma, por la prosperidad y engrandecimiento de esta hermosa joya del mundo que se llama España”. Caballero de Puga, Eduardo. El Eclipse de Sol de 1905. Desde la cumbre de Guadarrama. Madrid. 1905. Extracto del libro MIL GUADARRAMAS. LA SIERRA HECHA PALABRA. Guadarramistas Editorial. Selección de textos por Ángel Sánchez Crespo e Isabel Pérez García.

Veraneantes de principios del siglo XX

Miraflores de la Sierra
Miraflores de la Sierra. © de la foto, Ayuntamiento de Miraflores de la Sierra

El verbo veranear está en franca decadencia. Ahora es difícil escuchar expresiones como “irse de veraneo” o “veraneantes”. Ni siquiera nos vamos de vacaciones, lo hemos reducido a pasar unos días o tomarnos unos días de descanso. Pero antes, veranear significaba pasar el verano, entero, con sus tres meses, fuera del domicilio habitual. Y ello, entonces, como ahora, solamente lo podían hacer unos cuantos privilegiados que, por ejemplo, tenían en los pueblos de la sierra de Guadarrama sus residencias de verano. Sobre estos veraneantes, opinaba así Alberto de Segovia en 1910. El pueblo al que se refiere es Miraflores de la Sierra, antiguamente denominado Porquerizas. Dice así el texto:

«Da lástima contemplar el uso estético que hacen de la sierra la mayoría de las “distinguidas”, de las “respetables” familias que veranean en sus distintos pueblecitos. Me explicaré con un ejemplo que citaré a modo de historia clínica, para estudiar la patología de las colonias veraniegas. En el valle del Manzanares hay un pueblo bastante bonito que antes tuvo nombre relacionado con los cerdos y hoy lo tiene relacionado con flores. En ese pueblo veranean un serie de familias de bastante buena posición social y económica. Hay varios hoteles -el autor se refiere a residencias de verano o chalets-, algunos muy elegantes y valiosos. En fin, que es un pueblo, si no de la importancia veraniega de Cercedilla, el Escorial, Las Navas, ni otros así, de una importancia más o menos como la de Villalba, Torrelodones, Robledo de Chavela, etc.

¿Quiere saber el lector en qué consiste el genero de vida que hacen estas familias durante los meses de estío?. Yo lo sé de buena tinta, porque lo he presenciado las veces que he ido a ese pueblo en mis correrías por la sierra. Se levantan de la cama al medio día, almuerzan, duermen la siesta, dan un paseíto minúsculo -inferior al menor que podrían dar y que darán en Madrid- hasta una fuente próxima o sitio determinado de igual manera y al casino a bailar hasta la hora de comer. Terminada la comida, otra vez al salón de baile hasta bien avanzada la madrugada. ¿Qué le parece al lector esto?.

Y tenga en cuenta que ese pueblo tiene alrededores magníficos para hermosos paseos y excursiones para interesantes ascensiones; pero esos alrededores permanecen vírgenes de la exploración de los veraneantes. Veraneantes que prefieren la atmósfera asquerosa y mal oliente del casino -estos casinos rurales, sin ninguna de las ventajas y con todos los inconvenientes del verdadero casino-, a la atmósfera deliciosa, incomparable del campo que tienen a dos pasos del hotel. Esta es la vida corriente, acostumbrada, de muchas, de muchísimas familias de esas colonias veraniegas(…) A estas gentes tan desprovistas de sentido ideal de la vida que en este caso concreto es, a la vez, sentido práctico, darles la sierra es lo mismo, como dice sabio y duro el refrán castellano, que echar margaritas a los puercos(…) (Alberto de Segovia. Divagación. 1910. (© GUADARRAMISTAS EDITORIAL. Texto incluido en el libro MIL GUADARRAMAS. LA SIERRA HECHA PALABRA. Pincha en este enlace para conocer más sobre este libro)

Bernaldo de Quirós, toda la sierra en su corazón 

La Mujer Muerta, vista desde el Palacio de Riofrío -Segovia-, en una espléndida tarde de otoño. ©ÁNGEL S. CRESPO

La Mujer Muerta, vista desde el Palacio de Riofrío -Segovia-, en una espléndida tarde de otoño. ©ÁNGEL S. CRESPO

Bernaldo de Quirós, toda la sierra en su corazón. Constancio Bernaldo de Quirós y Pérez (Madrid 1873-México 1959), abogado criminalista y autor de numerosas obras en el ámbito del Derecho, fue profesor en la Universidad Central de Madrid y en la Institución Libre de Enseñanaza. Destacadísimo penalista, redactó el proyecto de Código Penal de 1902, el cual no llegó a ser definitivamente aprobado.

Su pasión por la sierra de Guadarrama no tuvo límites, pionero del alpinismo en España, fue uno de los fundadores del Club de Alpinismo Peñalara. Se le puede considerar uno de los grandes guadarramistas junto a Giner de los Ríos, del que fue su discípulo.

Bernaldo de Quirós fue montañero incansable, conocedor y observador de todos los rincones de la sierra de Guadarrama. Necesitaba caminarla, sentirla paso a paso. Conocía la sierra, sabía de su historia, de su toponimia y desde ese profundo conocimiento la respetaba y trataba de acercarla a todos en su obra literaria.

Nunca militó en partido político alguno, pero al terminar la guerra tuvo que exiliarse por su afinidad a la República. Partió hacia Francia sin tiempo para echar un último vistazo a sus amadas montañas, abandonando su no menos querida biblioteca. En Francia vivió en la extrema pobreza junto a su familia, acogido en un albergue. En 1940 embarcó hacia la República Dominicana para ser de nuevo acogido en una granja, en la que trabajó en las labores del campo. Afortunadamente fue reconocido como la eminente personalidad que era y nombrado profesor de la Universidad de Ciudad Trujillo. Desde entonces ejerció su trabajo de forma incesante, también  como conferenciante y criminólogo. Poco antes de morir el 11 de agosto de 1959, se encontraba corrigiendo las pruebas de su último libro. Murió sin patrimonio. Nunca pudo regresar a su querida sierra de Guadarrama.

De su extensa obra nos quedamos con algunos momentos, como aquel en el que un grupo de jóvenes que se reunían en el Ateneo de Madrid inician el excursionismo. Por primera vez llegan a El Paular, lugar de encuentro para ilustres guadarramistas. Tomamos este fragmento escrito por Bernaldo de Quirós para la Revista Ilustrada de Alpinismo, núm 186. Madrid, en junio de 1929:

«Tomamos la costumbre de reunirnos a última hora de la tarde en el Ateneo, para después bañarnos al anochecido en el río y cenar después en los sotos de cierta huerta ribereña…La sobremesa era larga y feliz en los buenos tiempos de las ilusiones de todos, y para prolongarla más con nuevos estímulos pintorescos emprendimos grandes paseos nocturnos que solo tenían fin con el alba. La primera semana nos contuvimos en los confines de La Moncloa; a la segunda llegamos a la ermita del Cristo de El Pardo, leve eminencia desde donde por primera vez vimos un amanecer escenográfico con la gran sierra al fondo. A la tercera semana decidimos llegar hasta la sierra misma; y en efecto, el 6 de septiembre de aquel año -1902- hicimos la jornada de Navacerrada hasta El Paular, empleando el día entero, perdiéndonos al cabo en El Palero y llegando a la portería del monasterio a la luz de un relámpago oportuno…»

Paisaje de la sierra de Guadarrama ©ISABEL PÉREZ

Paisaje de la sierra de Guadarrama ©ISABEL PÉREZ

Y sobre las bondades serranas decía:

«..la sierra devuelve en energía y en salud el esfuerzo gastado en conocerla. Procura, además, en las altas cumbres, un genero de estética acabado por la perfección de las sensaciones de silencio y de quietud…»

Inevitable resulta no ensimismarse con esta descripción que don Constanciao hace de lo que ofrecía el puerto de Navacerrada un día de comienzos de septiembre de 1902, En la Cartuja de El Paular:

«…frente por frente se divisa la tierra pajiza de Castilla, llana y austera como el carácter de los que en ella nacen. Segovia estaba tendida en primer termino; su catedral parecía un dedo blanco ligeramente brillante. Hay en el puerto una casa abierta, combatida incesantemente por el viento que se precipita impetuosos por aquel paso.  En el alto debíamos dejar la carretera y buscar el camino que, según nos habían dicho, conduce hasta el puerto de El Paular. Reposamos un instante junto a una fuente. Una hermosísima ave de rapiña pasó por encima de nosotros. De un solo impulso de sus grandes alas pardas perdióse a nuestra vista tras los montes. Buscando el camino, equivocados, bajamos al fondo de la garganta resbalando por canchales movedizos, depósitos de fragmentos de roca desprendidos de las montañas y arrastrados por la nieve…

Hallamos en el fondo de la garganta un fresquísimo arroyo. La mano no podía resistir un sólo minuto sumergida en aquel agua, sin sentir la sensación de quemadura. Verla correr tan transparente era una delicia del alma. Tan pura era, que recogida en un vaso, luego que dejaba de oscilar, dejaba también de verse. Crecían en las orillas helechos y ortigas, y bajo ellas, como en un bosque diminuto, se agitaba la vida de los insectos. Ellos estaban allí, como nosotros bajo los pinos…

El cielo se nublaba hacia el oeste, tomando lívidas coloraciones. Algunos picos estaban cubiertos por las nubes. Poco a poco, una columna de estas empezó a moverse. Apretada y densa al principio, luego se hizo más tenue y vaporosa, resbalaba por la pendiente de la montaña con una gracia doble y serena, incomparable. Se diría que iba impulsada por un ser de pies ligeros… Dos grandes aves rapaces, suspendidas a una altura prodigiosa, se entregaban al placer triunfante de volar, que debía embriagarlas de alegría. Trazaban en el cielo espirales que dilataban o estrechaban alternativamente. De improviso una desapareció, precipitándose en las sombrías desgarraduras de la nube.

Nuevamente emprendimos la marcha, llena la cabeza de pensamientos sugeridos por la grandeza de aquel espectáculo inefable. Habíamos reabsorbido la Naturaleza y comprendíamos bien que tanto vale ser piedra, nube, águila u hombre».    (EXTRACTO DEL LIBRO «MIL GUADARRAMAS. LA SIERRA HECHA PALABRA»© ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO/ISABEL PÉREZ

Brújulas y GPS, ¿para qué?

Una brújula y un mapa

Una brújula y un mapa

Un burro, buen medio de transporte y auto-orientado

Un burro, buen medio de transporte y auto-orientado

Lo de orientarse en la montaña es algo muy particular. Hay quienes conocen a la perfección trochas, veredas, riscos y toda suerte de arroyos que en su camino se encuentran. Otros, por el contrario, aún poniendo la mejor de sus voluntades se pierden en el salón de su casa.

Esto último le pasaba al maestro Giner de los Ríos, de memoria prodigiosa para recordar todos y cada uno de los nombres, ya fuere de accidentes geográficos, plantas, animales, parajes o personas, pero despistado como nadie para ubicarse en medio de la montaña. En más de una ocasión era Bartolomé Cossío, una auténtica brújula andante -por lo que las crónicas de la época cuentan-, quien le sacaba de dudas, eso sí, con toda la delicadeza del mundo para evitar dañar el orgullo del maestro Giner.

En los recorridos excursionistas de principios del siglo XX por la sierra de Guadarrama, era frecuente consultar a los pastores, desconfiados y poco aficionados a hablar, en aquellos tiempos en los que su vida discurría prácticamente entera en soledad, pero conocedores como nadie de cada uno de los rincones serranos.

Así describe a uno de aquellos pastores Constancio Bernaldo de Quirós:

«Un pastor nos señaló el camino. Hacía calceta mientras apacentaba su ganado, y no dejó de chocarle que «navegásemos» -según decía- por aquellas tierras. Su cara era inmóvil, fija, no más rica en expresión que la de sus mastines. La soledad habíala petrificado.» Bernaldo de Quirós. En la Cartuja de El Paular. 1902

Pero para dar aún más sentido al título de este artículo, “Brújulas y GPS, ¿para qué?”, podemos quedarnos con esta recomendación que el Ayuntamiento de Cercedilla publicó en 1934, bajo el título “Cercedilla. Estación veraniega y punto de partida para las principales excursiones por la sierra de Guadarrama”.

Decía así:

“…si deseáis hacer una excursión por el monte o pinares y no queréis preocuparos por los distintos medios de orientación para regresar al punto de partida, consultando planos, croquis, etc., lo más sencillo y cómodo es que, al empezar la excursión, alquiléis un burro o caballo en Cercedilla. Montad en él e id donde queráis, meteos entre pinos, subid, bajad, id monte atraviesa, sin fijaros en las sendas o caminos -procurad sí, que cuando os apeéis no se os escape-, y cuando queráis regresar, montad nuevamente en él, aflojadle las riendas o ronzales y dejaos llevar, que el animalito se orientará y os conducirá por el camino mejor y más corto a Cercedilla”.

Parece que el único inconveniente del sistema es que al bajar se escapara el burro, y que únicamente servía para Cercedilla y alrededores. No todo podía ser perfecto, al fin y al cabo, ahora también se queda uno sin batería o cobertura en cualquier momento. ©ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS  (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, PODRÁS DISFRUTAR DE OTROS MUY INTERESANTES CONTENIDOS EN NUESTRO  LIBRO “101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE LA SIERRA DE GUADARRAMA QUE NO TE PUEDES PERDER”).

El Puente del Perdón, la cara o cruz de una justicia muy particular

Puente de El Perdón

Puente de El Perdón

El Puente del Perdón se encuentra frente al Monasterio de El Paular, en Rascafría. El que podemos contemplar hoy en día se se construyó en el s. XVIII, aunque conserva el nombre del antiguo puente de comienzos del s. XIV que vino a sustituir.

Precisamente hasta el s. XIV y al antiguo Puente del Perdón hay que remontarse para conocer la historia de los quiñones, de la Casa de la Horca y de lo que significaba pasar frente al antiguo puente medieval que entonces, como ahora, salvaba el cauce del río Lozoya.

Después del año 1085, cuando Alfonso VI de Castilla arrebató la ciudad de Madrid a los musulmanes, comenzó un período de repoblación, o lo que es lo mismo, de asentamiento cristiano a lo largo del territorio conquistado. Ese territorio correspondía a lo que en la actualidad es la Comunidad de Madrid, incluyendo el Valle del Lozoya y las vertientes meridionales de la sierra de Guadarrama, estructuradas en los llamados sexmos.

Sin embargo, la repoblación no iba a ser fácil, las nuevas tierras a ocupar estaban plagadas de maleantes y resistentes que no dudaban en asaltar y saquear las nuevas aldeas. Por ello se crearon los denominados caballeros de los Quiñones de la Ciudad de Segovia. Se trataba de grupos de jinetes armados,  que acompañados de mujeres, avanzaban por las nuevas tierras hostiles buscando asentamientos donde iniciar una nueva vida y, con ello, una nueva población. Investidos de poder militar y jurisdiccional, no se andaban con remilgos a la hora de impartir su justicia y mandaban a la horca a cualquiera que pusiera en peligro la estabilidad de los nuevos asentamientos.

En el Quiñón de Rascafría, tras un juicio sumarísimo, por llamarlo de algún modo, se decidía si un acusado debía ser colgado en la Casa de la Horca. Estaba situada y, aún subsiste, a unos 6 km de Rascafría, en el margen izquierdo del río Lozoya o arroyo de La Angostura, que es como se denomina al Lozoya en su curso alto, precisamente por la angostura o estrechamiento que se produce en la zona próxima a Cabeza Mediana. La decisión final no se comunicaba al reo, que era conducido por una escolta, camino de la Casa de la Horca, con independencia de que hubiera sido declarado culpable o inocente. Al pasar justo enfrente del Puente del Perdón, si había sido absuelto se le dejaba en libertad para que cruzara el puente y partiera hacia otro lugar. Si la escolta de guardianes a caballo no paraba, mal asunto, el reo seguiría camino hasta la Casa de la Horca y sería ajusticiado.

En la actualidad, junto al Puente del Perdón se encuentra el Arboreto Giner de los Ríos y un Centro de Educación Ambiental. El puente actual  está construido en granito y cuenta con tres arcos de medio punto por los que discurren las claras y abundantes aguas del Lozoya. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO.  (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, PODRÁS DISFRUTAR DE MUCHOS MÁS EN NUESTRO  LIBRO “101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE LA SIERRA DE GUADARRAMA QUE NO TE PUEDES PERDER”).

El Monasterio de El Escorial

Panteón de Reyes. Monasterio de El Escorial

Panteón de Reyes. Monasterio de El Escorial

Símbolo de la hegemonía española del Siglo de Oro, de la defensa de la religión católica frente al auge del protestantismo europeo y del culto a la dinastía monárquica, el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial culmina todas las aspiraciones del rey Felipe II.

El profundo sentimiento religioso del monarca se plasma en este espectacular conjunto arquitectónico, ideado para cumplir distintas funciones. La primera, ser monasterio de la Orden de San Jerónimo, en cuya iglesia reposasen los restos de Carlos V, de su esposa, del propio Felipe II y de sus sucesores, “protegidos” por la ininterrumpida oración de los frailes; la segunda, servir como palacio para el rey y su séquito; y la tercera, albergar el colegio, el seminario y la biblioteca que complementarían al monasterio.

Ocho años tardó el rey en determinar cuál iba a ser el emplazamiento, que se fijó definitivamente en el año 1562. Hacia 1571, la zona monacal estaba terminada, siguieron las obras con las construcción de la Casa del Rey y en 1595 se consagró la basílica, dándose por terminada la obra. Durante este tiempo, Felipe II no dejó de supervisar las labores de construcción, tal como hizo con las obras del Palacio de Valsaín.

Era el rey un hombre culto, con gusto por la arquitectura, materia en la que era verdaderamente entendido. Contó con la dirección de Juan Bautista de Toledo, que había colaborado con Miguel Ángel en El Vaticano, y con Juan de Herrera, pero a lo largo de la construcción del edificio fueron numerosas las consultas a arquitectos italianos y españoles, ya que el meticuloso monarca dejaba pocas cosas fuera de su control.

La riqueza que alberga el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial es incalculable. Además del valor arquitectónico, en sus salas pueden contemplarse, esculturas, tallas, tapices y pinturas dignas de los mejores museos del mundo. Entre estas últimas hay obras de El Greco, Tiziano, El Veronés, Tintoretto, Rubens, Van Dyck, Ribera, además de otras de un largo elenco de los grandes maestros de la época. En su biblioteca se guardan más de 40.000 valiosos volúmenes que incluyen manuscritos de origen griego, latino, árabe y hebreo.

A todo el conjunto arquitectónico hay que sumar las reformas que los Borbones Carlos III, Carlos IV y Fernando VII realizaron en sus reinados para adecuar algunas estancias a su tiempo y costumbres.

Quizá lo que más sorprenda y sobrecoja al visitante son los panteones, donde reposan los restos de reyes e infantes. A los panteones se accede desde una escalera que parte de la iglesia a la sacristía. A la izquierda se encuentran los restos de los reyes, a la derecha, los de los infantes. El aspecto actual es distinto al propuesto en su día por Juan de Herrera, de hecho fue Felipe III quien decidió su ubicación y el revestimiento de mármoles y bronces, en lugar del austero granito propuesto inicialmente. Se concluyó en 1654 bajo el reinado de Felipe IV.

En las urnas del panteón de reyes reposan los restos mortales de los monarcas y de sus esposas,  de las dinastías Austria y Borbón. En el caso de las esposas, reposan solamente aquellas que fueron madres de reyes. Tan solo faltan los reyes Felipe V y Fernando VI, cuyos restos se encuentran, respectivamente, en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso y en el Convento de las Salesas Reales de Madrid. También reposan los restos del único consorte masculino de la realeza española, Francisco de Asís Borbón, esposo de la reina Isabel II, así como los de la primera esposa de Fernando IV, que no llegó ser madre de rey, pero a la que se trasladó al inaugurarse el panteón, junto a los restos de los reyes Carlos I y del propio Felipe II que descansaban en la cripta.

El último rey trasladado al panteón de reyes fue Alfonso XIII.  Juan de Borbón, que no llegó a reinar y su esposa María de las Mercedes, padres del rey Juan Carlos I, todavía permanecen en el denominado “pudridero”, un espacio contiguo destinado a que los restos mortales se consuman antes de ser trasladados a su respectivas urnas. En ese lugar también se encuentra la reina Victoria Eugenia. Los tres completan el cupo vacante de urnas en el panteón, por lo que cuando sean allí trasladados no habrá espacio para otros reyes.

Por su parte, el Panteón de Infantes es posterior. Se construyó por iniciativa de la reina Isabel II en 1888. Destaca el sepulcro de Don Juan de Austria y un mausoleo en el que se recogen los restos de todos los infantes muertos antes de llegar a la pubertad, denominado Panteón de Párvulos, y que tiene forma de tarta, detalle de cuyo gusto mejor no hablar.© ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO. (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, PODRÁS DISFRUTAR DE MUCHOS MÁS EN NUESTRO  LIBRO “101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE LA SIERRA DE GUADARRAMA QUE NO TE PUEDES PERDER”).

La leyenda del perro flamígero de El Paular

La leyenda del perro flamígero de El Paular

© Ángel Sánchez Crespo. Visión de una de las torres del Monasterio de El Paular

La leyenda del perro flamígero de El Paular. Esta leyenda tiene como protagonistas a los mismísimos monjes de El Paular y lo que sucedió en el monasterio. Es una historia de monjes, mendigos y perros envueltos en llamas, de la que mejor no extraer conclusiones o moralejas porque las moralejas son para las fábulas, no para las leyendas, menos racionales y explicables.

Cuenta la leyenda que los monjes de El Paular abrían las puertas cada mañana para dar limosna a los pobres que hasta allí se acercaban. Siguiendo la costumbre, un día, uno de los mendigos habituales no acudió, o lo hizo tarde. Sin comida y aterido de frío murió a las puertas de la cartuja. Cuando los monjes descubrieron su cadáver decidieron darle sepultura, y lo hicieron excepcionalmente e infringiendo la costumbre monacal, en el claustro reservado a los monjes. Después de hacerlo, se retiraron a descansar a sus celdas, hasta las diez de la noche, hora en la que todos se reunían para orar en la sillería del coro.

A la hora prevista se hicieron sonar las campanillas de las celdas y los monjes salieron para cumplir sus obligaciones, pero todos ellos se encontraban más cansados que de costumbre. Extrañados, decidieron ver la hora que marcaba el reloj lunar del monasterio. Fue cuando descubrieron que habían sido llamados una hora antes que de costumbre. Atribuyeron el error al monje encargado de hacer las llamadas, pero la situación se repitió los días posteriores. Por ello, cuatro de los monjes más fornidos, armados con palos, y por lo que se ve, no muy amigos de las bromas, se escondieron alrededor del patio, esperando encontrar al saboteador de descansos.

Sin embargo, lo que pensaban era una broma se convirtió en una escena terrorífica. Comprobaron que un perro envuelto en llamas agitaba las campanillas de todas las celdas y que después, a toda prisa, acudía a esconderse en la tumba del mendigo al que habían dado sepultura en el claustro monacal.

Después de mantener una reunión urgente, concluyeron que tal vez el mendigo habría sido un pecador condenado a las llamas del infierno. Así que decidieron sacar el cadáver de su tumba y arrojarlo al estanque de la huerta. Dicen que desde entonces, todas las noches a las doce en punto se oyen, desde el estanque, los ladridos de un perro.

Como decíamos al comienzo, mejor no sacar conclusiones porque la más sencilla daría como resultado que no hay que confiar en nadie, menos aún si ese alguien es pobre; u otra más tétrica, que no hay que enterrar muertos ajenos en tu casa. Pero como dijimos, es una leyenda, no una fábula. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS. (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, PODRÁS DISFRUTAR DE MUCHOS MÁS EN NUESTRO PRÓXIMO LIBRO “101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE LA SIERRA DE GUADARRAMA QUE NO TE PUEDES PERDER”).

El molino de papel de El Paular y El Quijote 

Portada de la primera edición de El Quijote

Portada de la primera edición de El Quijote

EL MOLINO DE PAPEL DE  EL PAULAR Y EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE. El valle del Lozoya no solamente atesora riqueza paisajística y natural. Un paseo por los alrededores del Monasterio de El Paular puede proporcionarnos, además, la intensa satisfacción de conocer fragmentos desconocidos de nuestra historia, como la del molino de papel de El Paular,  donde se fabricó el soporte para la más conocida obra literaria de la lengua castellana.

Las aguas del río Lozoya, en esta zona de su curso alto, propiciaron un entramado hidráulico para mover molinos, fraguas, aserraderos y batanes que los monjes cartujos controlaron durante siglos. Hay documentos que atestiguan la existencia de este molino con anterioridad a 1396, fecha en que los monjes lo adquirieron a un vecino de Alameda del Valle. La finalidad de la compra era usarlo como aserradero para obtener las vigas y demás madera necesaria para las obras de la cartuja.

Posteriormente, el molino destinado a aserradero se convirtió en molino de papel. Parece que en ello influyeron los monjes catalanes que llegaron a El Paular, procedentes de la cartuja de Scala Dei de Tarragona, que era un centro neurálgico de la industria papelera catalana durante la Edad Media.

Durante el s.XVII, el molino de papel de El Paular adquirió prestigio, hasta el punto de convertirse en el más afamado e importante de Castilla. El papel que allí se fabricaba y que de allí salía se vendía en Madrid, en la llamada Lonja de las Cuatro Calles.

En 1605 se imprimió en los talleres de la calle Atocha de Madrid,  propiedad del impresor Juan de la Cuesta, el libro cuya portada decía:

EL INGENIOSO HIDALGO DON QVIXOTE DE LA MANCHA

Compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra

DIRIGIDO AL DVQVE DE BEJAR, Marques de Gibraleon, Conde de Benalcaçar, y Bañares, Vizconde la Puebla de Alcozer, Señor de las Villas de Capilla, Curiel y Burguillos.

Año, 1605.

CON PRIVILEGIO, EN MADRID Por Juan de la Cuesta

Vendese en casa de Francisco de Robles, librero del Rey ntro señor.

Para esta primera edición de El Quijote no se empleó un papel de mucha calidad, tal vez no se consideraba que la obra fuera a ser relevante, ni que de ella se fueran a vender muchos ejemplares. Además, se trató de una edición con bastantes erratas.

La procedencia del papel se confirma con la presencia en el libro de la filigrana o anagrama del molino de El Paular y el símbolo de los cartujos. Además, tanto el impresor Juan de la Cuesta, como el librero Francisco de Robles eran clientes habituales de los cartujos.

El molino de papel de El Paular o Molino de los Batanes funcionó hasta el año 1928, cuando se convirtió en internado para señoritas bajo el nombre de Colegio San Benito. Actualmente, ni es molino, ni es colegio, simplemente está en ruinas, sin una miserable indicación de lo que fue, algo común a muchos legados de nuestra historia. Habrá que seguir esperando y soñando en que nuestras administraciones hagan algo al respecto, aunque hay que ser “quijote” para confiar en que ello ocurra. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS.(SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, PODRÁS DISFRUTAR DE MUCHOS MÁS CON AMPLIOS CONTENIDOS EN NUESTRO LIBRO “101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE LA SIERRA DE GUADARRAMA QUE NO TE PUEDES PERDER”).

Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1615) Jauregui y Aguilar, Juan de (c.1566-1641); Real Academia de la Historia, Madrid

Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1615) Jauregui y Aguilar, Juan de (c.1566-1641); Real Academia de la Historia, Madrid

Del Guadarrama al Atlántico, el Canal de Cabarrús y el Pontón de la Oliva

Francisco Cabarrús. Obra de Goya

Francisco Cabarrús. Obra de Goya

Del Guadarrama al Atlántico, el Canal de Cabarrús y el Pontón de la Oliva. Levantarse una mañana y que al político de turno le apetezca hacer una obra magna con la que pasar a la historia no es algo nuevo. Si construir aeropuertos en capitales que no los necesitan nos parece una frivolidad,  la idea discurrida, a finales del s.XVIII, puede parecernos estratosférica: unir el río Guadarrama con el río Guadalquivir y conseguir un canal navegable entre Madrid y el Océano Atlántico. La diferencia principal de este ambicioso proyecto, respecto a otros más modernos y a veces más estrambóticos, es que el canal navegable se iba a financiar con dinero privado.

Todo surge de la mente de Antonio Ulloa (1716-1795), marino y científico polifacético que no dejó nunca de darle vueltas a la cabeza. Introdujo los principios de la electricidad en España, mejoró las imprentas, papeles y tintas, así como la industria textil con innovaciones en los telares, y también estudió las posibilidades del caucho.

Respecto a la construcción de un gran canal navegable, cabe decir que ya había realizado el proyecto del Canal de Castilla, encargado por el Marqués de la Ensenada, así que en el fondo, su pretensión no era tan descabellada.

Con la colaboración del ingeniero francés Carlos Lemaur, que nunca confió en poder salvar todas las dificultades técnicas del proyecto, Antonio Ulloa elaboró el llamado Proyecto General de Canales de Navegación y Riego para los Reinos de Castilla y León. Se trataba de construir un canal navegable de nada menos que 771 Km, que pasaría por Aranjuez y cruzaría La Mancha, abasteciéndose de aguas de los ríos Cigüela, Záncara y Guadiana. Tras cruzar Despeñaperros a la altura de Almuradiel y siguiendo el curso de diferentes ríos menores y arroyos, se uniría con el Guadalquivir para continuar por Córdoba y Sevilla. Desde Sevilla al Atlántico solo era cuestión de aprovechar la navegabilidad del Guadalquivir hasta la desembocadura. Con esta obra se pretendía facilitar el tráfico mercantil entre el mar y Castilla, ahorrando tiempo y costes.

Por entonces, los banqueros, más atentos a la inversión que a la especulación, prestaron atención al proyecto, en concreto lo hizo Francisco Cabarrús, director del Banco de San Carlos. El banco de Cabarrús financiaría la construcción, por lo que Carlos Lemaur se puso manos a la obra. Sin embargo, lamentablemente falleció unos días antes de entregar el proyecto que sus hijos continuaron.

Las obras se iniciaron tomando como punto de partida la llamada Presa de El Gasco, situada entre Torrelodones, Galapagar y Las Rozas, municipios todos ellos madrileños. Se construyó a 750 metros sobre el nivel del mar. Medía 160 metros de largo por 54 de altura y 31 de ancho, y llegaron a realizarse 26 Km de canal, empleando para ello, como mano de obra, a presos comunes de la época. Una tormenta, la víspera de San Isidro del año 1787 derribó pare del muro de la presa. Los costes y las sospechas que Carlos Lemaur tuvo respecto a la dudosa viabilidad del proyecto, se pusieron de manifiesto y, finalmente, la magnífica obra se paralizó. Madrid siguió sin mar y sin playa.

Pero la historia de canales y embalses inacabados no termina aquí. De la mano del propio Cabarrús, que además de banquero y rico, era un hombre con inquietudes y amante de las obras hidráulicas, se construyó el Canal que lleva su nombre, el canal de Cabarrús, que unía las cuencas del Lozoya y el Jarama, a través de los municipios de Torremocha del Jarama, Torrelaguna y Patones. Con sus 12 Km de longitud construidos entre 1775 y 1799, acabó siendo una obra inservible. Su finalidad era el riego de las fértiles tierras de la comarca de Torrelaguna, pero nunca llegó a ser realmente útil porque el secano ganó la partida al  regadío propuesto por Cabarrús. Estuvo en funcionamiento hasta el año 1822, luego quedó abandonado hasta que en 1880 lo compró el Canal de Isabel II que, en la actualidad, sigue siendo el propietario.

Para terminar la historia de las obras hidráulicas que pudieron ser y no fueron, es imprescindible hacer mención al embalse del Pontón de la Oliva. En este caso se trataba de dar abastecimiento de agua a la capital. La urgente necesidad de llevar agua a  la villa y corte se afrontó con demasiada precipitación. En marzo de 1848, el Ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas Juan Bravo Murillo decidió actuar, proponiendo una serie de obras que permitieran la captación de aguas de los ríos serranos. En diciembre de ese mismo año, los ingenieros ya tenían proyectada la obra en el denominado Cerro de la Oliva, una garganta situada a escasos metros del punto en que el río Lozoya vierte sus aguas en el Jarama, en el extremo oriental de la Comunidad de Madrid, límite geográfico entre la actual Comunidad de Madrid y la provincia de Guadalajara.

Una obra que contó con 1.500 presos, además de trabajadores libres contratados, que sufrieron en plena obra una epidemia de cólera, y que sin saberlo, estaban dejando su salud y su vida construyendo una presa en el lugar de Madrid donde más filtraciones de agua pueden producirse, ya que todo ese terreno es calizo, de naturaleza kárstica. Con la de granito que hay por toda la sierra, mira por donde se eligió un terreno que “chupa” el agua y la hace desaparecer. Por supuesto, la vida del embalse, cuya obra se mantiene en perfecto estado para contemplación de quien quiera verlo, fue corta. Las necesidades seguían creciendo y hubo que iniciar nuevos proyectos que finalmente cuajaron en lo que hoy es el Canal de Isabel II, con su red de embalses y de canalizaciones que forman un colosal entramado para dar agua a la siempre sedienta capital. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS.(SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, PODRÁS DISFRUTAR DE MUCHOS MÁS CON AMPLIOS CONTENIDOS EN NUESTRO LIBRO “101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE LA SIERRA DE GUADARRAMA QUE NO TE PUEDES PERDER”).

Pontón de la Oliva

Pontón de la Oliva

El oficio de peguero

Pino silvestre

Pino silvestre

El oficio de peguero. Una de las profesiones ya extinguidas es la de peguero, pezguero o pezero, como también se denominaba a este oficio.

Del mismo modo que los gabarreros sacaban partido al monte después de las cortas de los hacheros, los pegueros hacían lo propio con los restos de la resinación.

Su labor consistía en recoger los llamados “testellones”, o lo que es lo mismo, la resina mezclada con tierra, acículas, cortezas de los pinos, restos vegetales y broza que había sido derramada al suelo al recogerse, o simplemente no había caído dentro del pote o vasija.

Este trabajo oportunista con el que se ganaban la vida esforzados trabajadores del monte, consistía en elaborar con los residuos de la resinación la pez o “aceitinegro”, un alquitrán vegetal usado para impermeabilizar y aislar cueros, botas de vino, odres, embarcaciones y construcciones, y para marcar las reses sin causarles daños.

La faena se llevaba a cabo en pleno monte donde se procedía a construcción del horno o “pezguera”. Según se iba cociendo la resina, se extraía del fondo del pozo y se trasladaba a una olla donde se removía con un palo para hacerla líquida y evitar la formación de grumos. De la olla se pasaba el producto final, la “miera”, a los envases en los que iba a ser transportada y comercializada. La pez o miera derivada de la resina tenía un color negro y una consistencia viscosa.

Además de la resina, algunas plantas como la jara pringosa Cistus ladanifer o el enebro Juniperus oxycedrus también eran cocidos para obtener sus exudados o mieras. De la jara se conseguía el ládano, que además de un buen calmante para la tos, era ingrediente en la elaboración de perfumes. La miera del enebro constituía un remedio eficaz contra una enfermedad del ganado ovino llamada escabro o roña de las ovejas. ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS. (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO Y QUIERES CONOCER MÁS SOBRE OTROS ANTIGUOS OFICIOS RELACIONADOS CON LA NATURALEZA, ACÉRCATE A NUESTRO LIBRO “LA NATURALEZA Y SUS OFICIOS”.)

Pino silvestre. Tronco

Pino silvestre. Tronco

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