Fabricantes de oxígeno, generadores de microclimas, captadores de agua y testigos de la historia de los hombres son, entre otras muchas  cosas, los árboles.  Pero no parece que a pesar de ello corran buenos tiempos para  estos seres vivos  vegetales singulares donde los haya. Más de 8.000 especies están actualmente en peligro de extinción en todo el mundo.

¿Somos verdaderamente conscientes del lujo que significa tener un árbol  cerca de nosotros o las ventajas que genera una pequeña  arboleda  próxima al lugar en el que vivimos?

De la importancia de los ecosistemas en la naturaleza nadie tiene ninguna duda, pero igualmente, los “bosques urbanos” cumplen funciones muy importantes. Mucho más allá de su función ornamental y decorativa, hay que saber que las especies con follaje especialmente denso, por ejemplo, tienen una gran capacidad para retener partículas contaminantes presentes en el polvo y el humo que se genera en las ciudades, capacidad que se multiplica cuanto más longevo, más desarrollado, sea el ejemplar en cuestión.

Entre las especies más comunes presentes en las ciudades de nuestro país, los plátanos, por ejemplo, retienen hasta 40 partículas diferentes; sophoras, robinias y moreras, hasta 45 elementos; y castaños de indias hasta 50 elementos químicos diferentes. A esta ventaja hay que sumar  su capacidad para generar oxígeno continuamente. Basta otro ejemplo: una encina de tamaño medio con una copa de entre 6 y 8 metros  de diámetro produce el oxígeno que consumen 10 personas en un día, mientras que un coche circulando durante una hora consume el oxígeno que necesitarían 800 personas para sobrevivir durante una jornada.

Las grandes arboledas tienen un papel fundamental también en la reducción del ruido y en su capacidad para frenar  la fuerza del viento. Ambos factores están en relación con la densidad del follaje y la edad del ejemplar. Cuanto más desarrollado sea el árbol mejor hará su labor como cortavientos, lo cual influye directamente en la reducción  del consumo de energía para calefacción si está plantado con orientación al norte y protege del viento frío del invierno nuestras casas.

Los árboles tienen también una cualidad particular para atraer y retener la vida animal de aves e insectos que nos proporciona considerables beneficios en la vida urbana. Y no hay que pasar de largo sobre su indudable valor terapéutico  desde el punto de vista emocional y psicológico. Sobre su capacidad para acelerar los procesos de curación en enfermos se han hecho estudios que corroboran que personas hospitalizadas con similares dolencias tardaron menos tiempo en restablecerse cuando sus habitaciones tenían contacto visual con árboles y plantas.

Otros factores fundamentales de las arboledas urbanas en los que no caemos con frecuencia  los urbanitas son la capacidad que éstas tienen para bajar la temperatura en el área en el que se encuentran y para incrementar el grado de  humedad, para disminuir el efecto de “isla de calor” tan temido en los meses de verano.

Es fácil imaginar la sensación que nos transmite la ciudad en la que vivimos si la recreamos sin árboles, arbustos y plantas. Sólo asfalto, edificaciones de ladrillo,  hormigón, acero  y cristal compondrían una postal nada sugerente. Hay que saber, por ejemplo, que los edificios sólo absorben entre un 10 y un 20% de la radiación solar, es decir, que el resto cae directamente sobre nuestras cabezas, mientras que un bosque absorbe más del 50% de dicha radiación, o que los árboles, además de generar oxígeno,  absorben  enormes cantidades de dióxido de carbono en el proceso de fotosíntesis.

Otro tanto habría que decir sobre la influencia de las grandes arboledas presentes en las ciudades con respecto al  grado de humedad. Alrededor de un 5% se puede incrementar la humedad relativa del aire en una arboleda de follaje denso y gran porte compuesta por 50 ejemplares y hasta 4 grados puede bajar la temperatura media en los  espacios urbanos en los que predominan grandes árboles y arbustos. ISABEL PÉREZ GARCÍA  para GUADARRAMISTAS