Por fin la primavera empieza a despertar de verdad. Lo anuncian los incesantes cantos de los verdecillos Serinus serinus, los hermosos reclamos de los mirlos Turdus merula, el “cu-cu” del cuco Cuculus canorus, fiel a su cita, y el “cotoliu” de la oropéndola Oriolus oriolus, que allá en lo más alto de las copas de los fresnos se mueve sin ser vista dispuesta a iniciar sus labores de cría. Los dos ruiseñores, el común Luscinia megarhynchos y el bastardo Cettia cetti no paran de cantar, cada uno a su manera. El primero, de esa forma melodiosa, clara y limpia que le ha dado fama, insistente y alegre; hasta por la noche sigue cantando. El segundo, de forma menos melodiosa, pero sonora y primaveral, allá donde haya un bosquete o unos árboles de ribera se le escucha como si llevara un megáfono para advertir de su presencia. El curioso alcaraván Burhinus oedicnemus nos regala una especie de lamento que se escucha al atardecer.
Los insectos son cada vez más numerosos. Entre las mariposas siguen presentes las Tomares ballus, las Lycaena phlaeas, Coenonympha pamphilus, las primeras Celastrina argiolus que se posan sobre las flores de Geranium, probablemente Geranium molle; y la primera Zerynthia rumina por fin hace acto de presencia.
En los huecos de las piedras unas curiosas arañas corretean buscando presas. En cuanto perciben nuestra presencia saltan hacia el suelo para tratar de ocultarse y volver después a iniciar la escalada por la piedra en busca de su grieta protectota. Son saltícidos, familia Salticidae, y se alimentan de unas pequeñas moscas Muscidae que suelen pararse a tomar el sol en las piedras y a las que atrapan saltando sobre ellas.
La flora aumenta sus efectivos en la dehesa, el robledal y el encinar, permaneciendo aún discreta en las zonas más altas. Destacan los narcisos Narcissus pallidulus, la fumaria Fumaria officinalis y Fumaria reuteri, la pamplina Stellaria media y el pimpájaro Brassica barrelieri que pronto cubrirá de un intenso amarillo los campos. ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS