Taxus baccata (Tejo)
El tejo es un árbol de entre 6 y 12 metros de altura, aunque puede llegar a alcanzar los 25. Propio de zonas frescas y húmedas, sus hojas son aciculares, de un verde muy oscuro, y la corteza presenta unos bonitos tonos rojizos. Fructifica a partir de los 20 años -los ejemplares jóvenes con frutos que suelen venderse en viveros y floristerías son ejemplares injertados con otras especies-.
Se trata de un árbol muy longevo. Se ha constatado la existencia de tejos de más de 2.000 años. Su madera se utilizó durante la Edad Media para la construcción de arcos y lanzas, aprovechándose para ello las ramas, ya que la mayoría de las legislaciones prohibían cortarlos. Los arqueros ingleses medievales tenían preferencia por los tejos del norte de la Península Ibérica, cuya madera es más resistente a la vez que flexible.
La longevidad del tejo lo ha configurado en las culturas celtas como el árbol de la eternidad, algo similar al ciprés en las culturas mediterráneas. También se le ha considerado como un árbol especial a la hora de celebrar pactos, acuerdos, reuniones vecinales, concejos y otras solemnidades que se llevaban a cabo en la proximidad de un gran tejo en muchos lugares de Europa.
Todas las partes del árbol son extremadamente venenosas para el hombre, excepto la parte carnosa del “arilo”, que es como se denomina el fruto rojo del tejo. La semilla que se encuentra dentro del fruto es especialmente tóxica. Sin embargo, muchas aves consumen los frutos enteros sin problemas y ayudan a su dispersión al expulsar la semilla en sus excrementos. Especialmente interesante es el papel que juegan los zorzales que suelen consumir los frutos del tejo y los del acebo, formando en la zona donde estas aves son abundantes importantes bosquetes combinados de estas dos especies.
Desde hace unos años se ha descubierto que la sustancia tóxica del tejo, el “taxol”, es un potente anticancerígeno, y se emplea en los tratamientos con quimioterapia. Antiguamente esta sustancia servía para provocar envenenamientos, para untar las puntas de las flechas y hacerlas más mortíferas, y para conseguir un rápido suicidio cuando el enemigo no dejaba otra escapatoria. ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS
Buen artículo Ángel. La verdad es que el Tejo acompañó a tantas culturas como nos podamos imaginar y siempre con ese aire mágico que todas ellas le atribuyeron.
Para mi, es un árbol que siempre que me cruzo me produce un algo ancestral que me empuja a mostrarle mis respetos. Muy cerca de la oficina donde trabajo, en la J.M. de Latina, hay uno a la entrada que siempre que paso por allí me obliga a desviarme para acariciar sus ramas. Tal vez sea una tontería, pero algo tiene. Aunque es mas probable que me venga el recuerdo de mi vieja FM2 ya que en cierta ocasión, tratando de afotar sus arilos y en medio de malabarismos varios para alcanzarlos, se me escurrió de las manos y termino sobre un canto, con el consiguiente disgusto y periodo de sequía fotera.
No les guardo rencor, al contrario.
Saludos.
Hola Luis. Esos detalles con plantas y animales, dicen mucho de quien los practica. Son como sombras los tejos, en medio del abedular que lleva tu apellido, son como seres disfrazados de negro. A medida que te acercas descubres sus colores y los arilos no se acaban de distinguir bien entre tanta sombra. No me extraña que se te escurriera la cámara. Un pie en en una piedra, otro en otra, el arilo en lo alto, el monopié extendido, balanceo del viento… Seres mágicos. especiales y muy respetables. Un abrazo Luis.