La encina Quercus ilex es un árbol fundamental en el ecosistema del bosque mediterráneo. Aunque su distribución geográfica alcanza a las montañas del norte de África es, sin duda, la península Ibérica, el lugar donde la encina encuentra su residencia. Prácticamente toda la Península tiene bosques más o menos frondosos de esta especie de fagácea, algo más escasa en Galicia. Si todos los árboles merecen nuestro respeto, la encina es como ese anciano sabio al que además de manifestar respeto hay que venerar y saber escuchar.
Cuando presumimos de cultura mediterránea no podemos olvidar que la encina es esencial en nuestra civilización. Los encinares actuales son, en muchos casos, el fruto de cientos de años de interacción con el ser humano, con la ganadería, con el carboneo y con el uso racional y sostenible de lo que la naturaleza nos proporciona.
Una encina puede vivir más de mil años. Suele asentarse en terrenos silíceos, aunque también la encontramos en suelo calizo, ya sea silvestre y natural formando bosques, o domada por la mano del hombre en dehesas. Si la orografía lo requiere ocupa los barrancos y depresiones del terreno.
La encina no pierde sus hojas, o no lo hace de golpe, las va renovando, poco a poco, de tal modo que cada período de cuatro o cinco años las ha cambiado por completo. Las hojas están adaptadas por su grosor y pilosidad para soportar el calor evitando la pérdida de humedad.
Si observamos detenidamente las hojas de la encina podemos comprobar como las externas, más expuestas al sol, son más gruesas y pequeñas que las del interior, las protegidas por la sombra. En verano, con el fresco de las primeras horas de la mañana realizan su mayor actividad de fotosíntesis. A medio día cesan en su actividad, volviendo a retomarla cuando el calor desciende al final de la tarde. De este modo, regulan la temperatura, conservan la humedad y almacenan clorofila para los duros períodos invernales donde llegan a soportar temperaturas de –25 grados. Por si ello fuera poco, las hojas se defienden de ser consumidas por herbívoros gracias a sus puntiagudas terminaciones. En resumen, pocos ejércitos pueden presumir de “soldados” tan fuertes y bien preparados que pueden alcanzar los 1.000 años de edad.
Esa fortaleza es la que permite su subsistencia, y también la de infinidad de animales que buscan en ella cobijo y alimento. El encinar es uno de los ecosistemas más ricos en flora y fauna.
Las bellotas son su fruto, empleado como alimento, no solamente del ganado porcino, también del ser humano que las ha usado mezcladas con distintos cereales para dar consistencia al pan en épocas de escasez. También poseen propiedades medicinales la corteza y las bellotas. Las hojas poseen propiedades astringentes y por eso se han empleado para combatir la diarreas y otros trastornos intestinales.
La madera posee un gran poder calorífico y es una de las más apreciadas como combustible. Además, de ella se obtiene un extraordinario carbón vegetal.
Podemos encontrar dos subespecies de encina: Quercus ilex subsp. ilex de hasta 25 metros de altura, que prolifera en las zonas más septentrionales de la Península, hasta los 1.200 metros de altitud, y Quercus ilex subsp. ballota, de menor altura, unos 15 metros, y que vive en el interior peninsular y enclaves con climas más extremos que su congénere. Las bellotas de esta especie son más dulces que la de Quercus ilex subsp. ilex y puede encontrarse hasta los 2.000 metros de altitud. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS