El lanzamiento de tarántulas como arma biológica ya se practicaba allá por el siglo III a.C. El general Pirro de la ciudad de Epiro, famoso combatiente contra el asedio romano, lanzaba tarántulas a los enemigos romanos sin causar con ello baja alguna -se desconoce el efecto psicológico que ello causaba-. Lo extraño es que ni a él ni a sus soldados las tarántulas les causaban daño. Su destino final es bastante curioso, ya que después de toda una vida tratando con las “peligrosas” tarántulas, fue una teja lanzada por una anciana en la ciudad de Argos la que le causó la muerte, al aprovechar sus enemigos su vulnerable estado de inconsciencia para asesinarlo.
Desde siempre, los arácnidos han generado un miedo ancestral en los humanos. Tal vez por su forma y movimientos, por sus numerosos ojos que les dan un aspecto extraterrestre y por la forma de capturar a sus presas y alimentarse de ellas. Sin embargo, son muy pocas las que pueden causarnos daño, y siempre será de forma accidental, por indebida manipulación –porque no es necesario tocarlas-, o porque accidentalmente las apresemos con nuestro cuerpo y reaccionen defendiéndose. Aún así, el daño que nos causan es inferior al que produce una abeja, y sus venenos son tan inocentes con nosotros que no es necesario ni tratamiento.
Por nuestra sierra podemos encontrar multitud de especies y no todas fabrican telas “de araña”, como los lycosidos (arañas lobo), los saltícidos (arañas saltadoras) o los tomísidos (arañas cangrejo). Por ejemplo, la araña lobo o tarántula Lycosa tarantula que también se encuentra en la Sierra de Guadarrama, captura a sus presas abalanzándose sobre ellas. Se trata de una araña grande, de unos 3 cm e inofensiva para el ser humano. Habita en madrigueras excavadas en el suelo y caza de noche. Algunas veces se pueden ver a la luz del día, como el ejemplar de la foto. Tienen una magnífica visión, corren velozmente e incluso saltan en su huida. Otra cosa es su mala fama que, como casi siempre, se debe a la ignorancia humana.
El nombre “tarántula” proviene de la ciudad italiana de Tarento, en la región de Plugia, donde son habituales los lycosidos, del mismo modo que son habituales en casi todas las regiones del sur de Europa como España o Grecia. La falsa creencia de que la picadura de la tarántula podía provocar la muerte y que los síntomas se combatían con un agitado baile que toma su nombre de la tarántula, “ la tarantella”, obviamente es una superstición, costumbre o folclore. Más peligrosa es la pequeña Loxosceles rufescens, que no es una tarántula y que sí puede causar problemas serios en caso de que accidentalmente y casi siempre por manipularla nos picase. ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS