Compromiso y Código ético del fotógrafo de Naturaleza. Cada día son más los aficionados a la fotografía que deciden adentrarse en la fotografía de naturaleza. Al igual que muchos aficionados se animan a pasear por nuestros campos y bosques, senderistas o simples amantes de la belleza que encierran los seres que nos rodean se inician en el mundo de la fotografía.

Sea como sea, lo cierto es que hay pocas cosas tan gratificantes y que tan bien se complementen. La belleza de un paisaje, de una flor, de un ave, o la grandeza de los pequeños seres se puede plasmar de modo inofensivo para ellos a través de una cámara fotográfica. Ya no es necesario cazar y dar muerte a un ser vivo para poder disfrutar de su imagen o de su belleza. No hay excusas, el placer de la caza solo puede consistir en matar, porque un ciervo bien fotografiado es inmensamente más bello que las cadavéricas cornamentas que cuelgan en muchas salas de trofeos.

El fotógrafo de naturaleza debe ser un mero registrador de lo que ve, sin intervenir de modo alguno en la misma.

El fotógrafo de naturaleza debe ser un mero registrador de lo que ve, sin intervenir de modo alguno en la misma.

Principio de no intervención. Sin embargo, en muchas ocasiones, lo que inicialmente es una afición inocente puede convertirse en un problema para la Naturaleza si no se lleva a cabo respetando unas mínimas reglas. Ni que decir tiene que el entorno debe dejarse como lo encontramos –resulta inimaginable que un amante de lo natural deje una bolsa de basura en medio del monte, o que haga fuego o pisotee un campo donde nazcan orquídeas-. Entiendo que sobran esas advertencias, aunque la capacidad del ser humano para la destrucción y la incoherencia es casi tan grande como la que posee para la conservación y para la creación.

El problema de la fotografía de naturaleza, dando por sentado la observación de las reglas básicas del respeto al medio, pasa a veces por el exceso de celo en conseguir “la fotografía”. Meter flashes, barreras infrarrojas y miles de aparatos que garantizan una buena foto dentro de  un nido de aves, puede suponer en muchos casos que la nidada se eche a perder.

No tocar. Los animales nos temen, no debemos olvidarlo. Por cierto, tienen razones para ello. Del mismo modo que coger con nuestras “manazas” un pequeño insecto para situarlo en la flor más bella del campo y conseguir una gran composición, no deja indiferente al insecto, aunque muchos “fotógrafos” dicen que sí con  el mismo argumento que emplean los defensores taurinos cuando dicen que un toro no siente las banderillas. El sentido común nos enseña que sujetar con nuestras manos una mariposa implica un deterioro en la misma.

Nunca he entendido el empleo de “técnicas” que consisten en dar caza a los animales para situarlos en el lugar que nos interesa y así hacer la foto perfecta. Cualquiera que realmente disfrute de la Naturaleza, observe y se mueva con frecuencia entre ella, sabe perfectamente que una verde mantis religiosa nunca se situaría estúpidamente en lo alto de una flor blanca. Primero porque su técnica de camuflaje para cazar no tendría sentido, y en segundo lugar porque sería el blanco perfecto de cualquier ave insectívora. Tampoco entiendo a aquellos que emplean un animal vivo como cebo para conseguir la impactante imagen de la lechuza atrapándolo; aunque es curioso que muchas de estas fotos son las que ganan los prestigiosos concursos de fotografía de Naturaleza. Paradójico.

Si realmente nos gusta la Naturaleza y la respetamos, la fotografía es maravillosa. Captar lo que vemos de la forma más estética posible y empleando la mejor técnica fotográfica si se sabe emplear es perfecto. Todo NO vale. Si el objetivo es conseguir la foto-trofeo con la que satisfacer nuestro ego, no nos distinguiremos mucho de aquellos que llenan de cuernos y esqueletos sus salones. ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS