Entre los meses de abril y julio florece esta planta herbácea con porte de mata algo leñosa o arbustillo que puede alcanzar más de un metro de altura.
Pertenece a la familia de las escrofulariáceas y crece en bordes de caminos y arroyos, tanto en zonas herbosas como ligeramente pedregosas.
La escrofularia ha tenido dos usos principales a lo largo de la historia. Durante la Edad Media se empleaba para combatir las “escrófulas, o lo que es lo mismo, inflamaciones de los ganglios linfáticos que producen algunas enfermedades como la tuberculosis. También se empleó contra el bocio, otra enfermedad que causa inflamación, en este caso en la glándula tiroides y que se manifiesta con un abultamiento en la parte delantera y baja del cuello. Sin embargo, no parece que fuera un remedio eficaz. En la Edad Media se pensaba que las plantas curaban según su parecido físico con el síntoma de la propia enfermedad, algo que se ha denominado “teoría de las signaturas”. La única cualidad de la escrofularia era poseer escrófulas, pequeños bultos o engrosamientos situados en su base, semejantes a los bultos o tumefacciones producidos por las enfermedades que se pretendían curar.
El siguiente uso medicinal ha tenido como pacientes a los perros. La denominación “canina” proviene de las cualidades curativas de la sarna, enfermedad antiguamente muy común en los perros. Se aplicaban infusiones de esta planta en las zonas afectadas.
La sarna está causada por el ácaro Sarcoptes scabiei. La hembra de este minúsculo arácnido penetra en la piel formando galerías en las que vive y donde va depositando los huevos de los que eclosionan sus crías. Las reacciones alérgicas generan un intenso prurito. La sarna afecta también al ser humano, en muchos casos contagiada a través de perros y gatos, o por personas ya parasitadas, agravándose y extendiéndose por amplias zonas corporales cuando las condiciones de salubridad son precarias. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS