El Montón de Trigo desde el Cerro Minguete

El Montón de Trigo es una de las montañas más altas de la sierra de Guadarrama con sus 2.160 metros de altitud. Forma parte del cordal montañoso de La Mujer Muerta, pertenece a la provincia de Segovia y, en concreto, a la localidad de El Espinar. Normalmente, se asciende a su cima por la ladera sur, partiendo de un sendero que se inicia en el puerto de La Fuenfría, en dirección oeste. En la distancia, llama la atención su forma cónica que recuerda  en línea y volumen al de un montón de trigo.

La leyenda que ha trascendido sobre esta montaña dice que un avaro caballero, propietario de tierras en la zona segoviana, se negó a dar limosna a un mendigo que pasó por su finca en el momento en que  apilaba el grano de su cosecha. Su montón de trigo era tan grande que el mendigo le recriminó que fuera tan miserable. Poco después, tras la marcha del mendigo y una terrible tormenta, todo el trigo que el avaro amontonaba se convirtió en tierra, dando lugar a la hermosa montaña del cordal de La Mujer Muerta que conocemos y que lleva por nombre El Montón de Trigo.

OS OFRECEMOS AQUÍ UNA RECREACIÓN DE ESTA LEYENDA

Un puñado de siglos atrás, las tierras segovianas se calentaban con el mismo sol que hoy, se ventilaban con recios vientos en invierno y frescas brisas en verano, y se volvían tiernas con las lluvias que llegaban en hora. Se alternaban, pues, los buenos y los malos años para las cosechas, como antes de antes y después de ahora.

Cerca de lo que hoy conocemos como la ciudad de Segovia vivía un hacendado caballero, propietario de una finca tan extensa que sus cultivos alcanzaban las primeras lomas de las montañas y llegaban hasta las más bajas riberas. Toda fanega le parecía corta al caballero para sacarle partido. Era conocido en la provincia y más allá por su inconmensurable avaricia.

Para él trabajaban docenas de labriegos  y sus familias, que malvivían con el escaso salario que recibían. Apenas un pedazo de pan, un cuartillo de agua y algún fruto silvestre llenaban el morral, así que  se veían obligados a llevar a sus esposas e hijos también a trabajar, de sol a sol, en las tierras del avaro caballero para que al menos pudieran mal alimentarse.

El año de la decimosexta cosecha el invierno había sido severo y húmedo, generoso en nieves y heladas, la primavera llegó vestida de fiesta y las lluvias que trajo con ella fueron cadenciosas y abundantes. Después se estrenó un verano seco y puntual como el bastón del avaro, así que la recolección del cereal fue la mejor y más abundante en muchos años.

Los labriegos y sus familias que trabajaban para el señor lo hacían en duras y largas jornadas, pero todo esfuerzo le parecía poco al dueño de las tierras. Un día de principios de julio, el sol calentaba tanto y tan fuerte que las espigas quemaban en las manos de los labriegos. Estos pidieron un descanso  y un refrigerio para seguir trabajando, a lo que el avaro se negó. Los campesinos comenzaron a caer sobre el campo de cereal como alfileres que se pierden en una alfombra, pero aún así, el señor  les negó el descanso.

El hacendado disfrutaba viendo crecer su montón de trigo, hora tras hora y día tras día, desde la frescura de su lujosa mansión, haciendo coincidir en el horizonte  su bastón para medir, a distancia,  cómo elevaba su punta y sus laderas aquél montón que podía verse a la legua en la llanura segoviana.

Pasaron unos días más y estaba a punto  de concluir la recolección cuando acudió hasta las puertas de su propiedad uno de tantos mendigos que cada día llamaban a pedir limosna. El propietario siempre los despachaba de la misma forma, enviaba a sus perros, previamente enfurecidos por la falta de comida y aprecio, y así conseguía que ni siquiera uno de aquellos desdichados llegara a abrir la boca para pedirle algo. Pero el mendigo que se aproximó hasta la puerta de su casa aquél caluroso día de verano, no solo no se asustó con los terribles ladridos de aquella jauría, sino que consiguió consolarlos y transformar sus feroces dentelladas en gemidos lastimeros. Al instante, el avaro se sorprendió al dejar de oír a sus canes y se aproximó a la puerta para comprobar qué pasaba. Cuando llegó encontró a un hombre de edad madura, vestido con ropa desgajada, que descubría una piel cuarteada por el sol. No podía dar crédito al ver cómo sus perros lo rodeaban y colmaban de lamidos y atenciones. El avaro, con voz enfurecida le recriminó:

-Qué haces aquí?, ¿quién eres y quién te ha dado permiso para estar en el umbral de mi casa y tocar a mis perros?

-Ellos han venido hasta mi, señor, -respondió-. Soy un pobre caminante de paso, en una jornada en que el sol podría, con uno solo de sus infinitos rayos, secar una charca al instante. Es por eso que os pido un poco de agua y un pedazo de pan para poder seguir mi camino.

-¿Cómo te atreves a pedirme algo a mí,  infecto y nulo personaje? -le respondió el avaro-.

-Disculpad, señor, no es mi intención ofenderos. No hay una hacienda en leguas a la redonda. Únicamente la vuestra, por la que os felicito, ya que parece magnífica y abundante. El camino me ha llevado hasta aquí, camino que me espera en su largo recorrido hacia las tierras altas sorianas. Sólo pido un poco de agua y el puñado de cereal que quepa en uno de sus puños para poder seguir andando el camino.

-Pues podéis seguir el camino, ya que no encontraréis en mi puño nada que pueda daros, salvo mi más sincero desprecio. Y quitaos de en medio que ofendéis mi vista y el brillo de mi grano, -dijo, despreciando al hombre, al tiempo que señalaba con su vara su poderoso montón-.

-Pero señor, -insistió el mendigo-, ¿cómo podéis decir que no tenéis nada para entregar a un pobre miserable como yo, si desde la honda llanura se ve brillar el dorado grano que estáis recogiendo?

-He dicho que desaparezcas de mi vista,¡ ya!, -gritó el caballero-. Voy a cerrar los ojos y cuando los vuelva a abrir no estarás delante. De lo contrario, tendrás que vértelas como mis capataces y acabarás en la mazmorra más oscura y húmeda que puedas imaginar. Así dejarás de tener sed, estúpido y atrevido desgraciado, -sentenció-.

Al instante, el avaro abrió sus ojos y el mendigo había desaparecido. Movió su cabeza a uno y otro lado esperando hallar su espalda y el polvo de sus pasos, pero no encontró rastro del mismo, solo a sus perros lamentando su ausencia.

El caballero volvió al interior de su hacienda, se sentó en su sillón y comprobó con su vara puesta en el horizonte cómo había crecido su descomunal montón de grano. No bastándole con eso, salió de casa a paso ligero y se acercó  hasta el montón, se agachó, llenó sus manos del grano que se le escapaba entre los dedos, y levantando los puños al cielo,  gritó enfurecido, una y otra vez: -¡Es mío, mío, mío……solo mío!-. Sintió un regocijo tan grande como el estruendo que sonó al unísono. En un instante, sin saber por dónde habían llegado, enormes nubes negras como su capa borraron el horizonte. Todos los labriegos corrieron a ponerse a refugio porque sin que dejara de sonar la voz en grito del avaro, se escuchó otro gran bramido en ese cielo que había traído  la noche en pleno día. Pero no cayó ni una sola gota de agua.

Atónitos, los campesinos vieron, ante sus ojos, cómo la figura  del codicioso caballero se transformaba en miga de pan, primero, e instantes después, en tierra, la misma tierra en la que se convirtió el enorme montón de trigo, dando lugar a una montaña colosal de piedra y arena que nadie se atrevió a tocar. En su cúspide se veía asomar algo que los labriegos no tardaron en identificar, era el bastón que usaba el viejo avaro. Un instante después  también se convirtió en polvo.

La montaña, preciosa e inmensa, se mostraba como una gran sombra, pero muy poco tiempo después las nubes se fueron estirando hasta desaparecer por completo. Entonces, todos pudieron ver su trazo perfecto, sus delineadas laderas y su cima, de punta tan fina que parecía que sólo los hombres buenos podrían alcanzarla, de uno en uno.© ISABEL PÉREZ para GUADARRAMISTAS. (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, PODRÁS DISFRUTAR DE MUCHOS MÁS CON AMPLIOS CONTENIDOS EN NUESTRO LIBRO “101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE LA SIERRA DE GUADARRAMA QUE NO TE PUEDES PERDER”).