El curare que mató a Juan de la Cosa. Marinero experimentado, cartógrafo, geógrafo de Colón y propietario de la carabela Santa María, con la que se inició la aventura española en el nuevo mundo, Juan de la Cosa era todo eso, además de uno de los marineros que más viajes realizó a las tierras azarosamente descubiertas.
Dicen que nació en Santoña (Cantabria) hacia el año 1460. No hay muchos datos de su vida hasta unos años antes de su viaje con Colón, con el que parece que no se llevaba demasiado bien. El almirante le culpó del hundimiento de la Santa María en la Nochebuena de 1492, en las costas de la actual Haití.
Bartolomé de las Casas narra cómo se produjo el accidente y cómo Juan de la Cosa abandonó el barco sin seguir las instrucciones del propio Colón. La acusación, en todo caso, estaría basada en supuestas anotaciones efectuadas por el almirante y recogidas por De las Casas. Además, resulta extraño que un marino experto abandonara la nave, que además había sido aportada por él mismo a la expedición. Más inverosímil parece que fuera el responsable del hundimiento y que acompañara a Colón en el segundo viaje a las Indias, e incluso se cree muy probable que lo hiciera en el tercero. También se dice que la reina Isabel indemnizó a Juan de la Cosa por la pérdida del navío, algo que no encaja con negligencia o cobardía. Algunos creen que Cristóbal Colón le admiraba y a la vez, envidiaba.
En el año 1500, a la vuelta de uno de sus viajes junto a Alonso de Ojeda creó, en el puerto de Santa María (Cádiz), su carta-mapamundi, en la que aparecen todas las tierras descubiertas hasta ese momento, tanto por portugueses como por españoles, incluyendo los logros de Giovanni Cabotto, el marino veneciano al servicio de Enrique IV de Inglaterra, que tratando de llegar a Oriente se topó con la isla de Terranova y la península de Labrador.
Sin embargo, un hombre que había retado a la naturaleza muchas veces en lo más profundo del océano, fue a encontrar la muerte con el veneno de una planta. Era el año 1509 cuando de nuevo, en compañía de Ojeda, partió otra vez a América. No era éste un viaje más para el marinero cántabro, ya que iba a instalarse junto a su familia en las nuevas tierras, ostentando el cargo de alguacil mayor de Urabá, cargo hereditario concedido por Juana I de Castilla -Juana, la Loca-, en reconocimiento a todos sus logros. Sin embargo, dicen que en contra de la opinión de De la Cosa, Ojeda tomó la decisión de desembarcar en las proximidades de lo que más tarde sería Cartagena de Indias. Se sabía que en la zona existían indígenas belicosos que empleaban flechas y dardos envenenados. Salieron victoriosos de un primer encontronazo con ellos, pero Juan de la Cosa no sobrevivió a una segunda escaramuza que se produjo cerca del poblado de Turbaco (Colombia). Después de su muerte, se dijo que De la Cosa salvó la vida de Ojeda a cambio de la suya. Éste, en compañía de Diego de Nicuesa, dio muerte a la mayoría de los indígenas de Turbaco.
El veneno que mató a Juan de la Cosa recibe diferentes nombres, uno de ellos, el más conocido en Occidente, es curare. Lo obtienen algunas tribus del Amazonas desde tiempos ancestrales, a través de plantas selváticas de los géneros Chondrodendron o Strychnos. Lo empleaban, y aún se sigue empleando en algunos rincones recónditos, para impregnar las flechas usadas para cazar. Solamente resulta mortal si entra en contacto con el flujo sanguíneo, por lo que puede tocarse sin problemas si no hay una herida abierta por donde pueda penetrar. A mediados del s. XX sus propiedades se comenzaron a emplear en el ámbito clínico como anestésico.
Las víctimas de este veneno notan como sus músculos se desconectan de su mente, o lo que es lo mismo, no responden a sus deseos. La consciencia es plena mientras el veneno inhibe la comunicación entre los nervios y los músculos. La muerte se produce por asfixia, al quedar bloqueados los músculos que permiten la respiración, pero previamente se habrán paralizado los ojos y las extremidades. El cerebro ordena respirar, pero los músculos no ofrecen respuesta. Una lenta y terrible agonía contra la que no hay más solución que la respiración asistida, algo con lo que, por supuesto, no pudo contar Juan de la Cosa. ©ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO/Extracto del libro EL GENERAL QUE SE ALIÓ CON LAS ARAÑAS. TORMENTAS, VOLCANES, PANDEMIAS Y OTROS FENÓMENOS NATURALES QUE CAMBIARON LA HISTORIA