La peste según Ovidio. La segunda gran pandemia de peste negra que asoló Europa en el siglo XIV se ha considerado uno de los mayores desastres de la humanidad. Algunos cálculos estiman que murió el 60 por ciento de la población del continente. Antes, a mediados del siglo VI, la primera pandemia, la de Justiniano, se extendió por las rutas comerciales, provocando la muerte de la mitad de la población del Imperio Romano.
Pero la enfermedad, en la que ratas y pulgas son protagonistas, ya había hecho estragos en tiempos más remotos. En el mundo clásico, Ovidio, Homero, Virgilio, Dionisio de Halicarnaso o Tito Livio describieron los efectos de la peste. Especialmente aterrador, a la vez que lírico, es el relato del poeta Ovidio (43 a.C. – 17 d.C.) a propósito de la epidemia de la isla griega de Egina:
“…se abrasan primero la entrañas, y de la llama oculta es síntoma el eritema y la respiración jadeante; áspera por el ardor, se hincha la lengua; reseca por el cálido aliento, cuelga la boca abierta y las boqueadas capturan un aire pesado. No pueden soportar lecho ni ropa alguna, sino que colocan sus huesudos pechos sobre la tierra, y el cuerpo no se enfría con el suelo, más bien el suelo se calienta con el cuerpo. Y no hay quien ataje el mal, el terrible azote se desata entre los propios médicos, y su ciencia daña a quienes la ejercitan. Cuanto más cerca y con mayor dedicación atiende al enfermo, más pronto llega a compartir la muerte, y cuando se ha desvanecido la esperanza de sanar y ven en la muerte el fin de la enfermedad, se abandonan a sus instintos y no se preocupan de lo que pueda ser útil, pues nada es útil… Se les podía ver vagando medio muertos por las calles, mientras podían tenerse en pie; a otros llorar, tendidos en la tierra, y extraviar sus cansados ojos en el supremo esfuerzo; alargan sus brazos hacia las estrellas del cielo que sobre ellos se ciernen, y expiran aquí y allá, donde la muerte les sorprende. Los cuerpos sin vida no son conducidos como de costumbre en cortejos fúnebres, pues las puertas de la ciudad no admiten tantos cortejos: yacen insepultos por tierra o son arrojados sin exequias sobre gigantescas piras. Y ya no hay respeto; pelean por las piras y arden los suyos en fuego ajeno”. OVIDIO. Las Metamorfosis Libro VII. ©ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO/Extracto del libro EL GENERAL QUE SE ALIÓ CON LAS ARAÑAS. TORMENTAS, VOLCANES, PANDEMIAS Y OTROS FENÓMENOS NATURALES QUE CAMBIARON LA HISTORIA