¿Qué tienen en común la vida y obra de Cervantes y Shakespeare?. Descúbrelo con este magnífico libro

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A  sus 22 años, Miguel de Cervantes no puede llegar a conocer, al menos en la Península, cómo concluye la guerra de Granada. Tampoco verá publicados sus poemas por su maestro López de Hoyos. Y es que ha dejado todo para aventurarse como camarero -es decir, criado- de monseñor Acquaviva, noble ecle- siástico italiano que llegaría a ser cardenal. Un cambio radical y apa- rentemente inexplicable. De hecho, la respuesta a este enigma no llegó a hacerse pública hasta 1916. Y ello pese a que la Real Academia de la Historia lo supo mucho antes, pero se esforzó en ocultarlo du- rante veinte años. Los académicos se negaron a admitir que el más grande escritor de las letras españolas tuvo que huir de la justicia por una pelea callejera. Pero así había sido, y el cervantista Jerónimo Morán, en el tercer centenario de su muerte, sacó a la luz la noticia. Un legajo del Archivo de Simancas contenía una orden de busca y captura, dictada contra Miguel de Cervantes por ser fugitivo de la justicia. Después de herir a un tal Antonio de Sigura, se había declarado en rebeldía, huyendo en vez de acudir a juicio, por lo que se le condenaba a que le fuera cortada la mano derecha y a ser desterrado del reino durante diez años. Después de la revelación de Jerónimo Morán hubo cervantistas que se empeñaron en presentar al autor de El Quijote como un hombre víctima de las circunstancias. Recto, valiente, de buen juicio, e intachable moralidad. Como si su fama posterior exigiera tal conducta. Lo cierto es que para cuadrarle con su época hay que pensar más bien en uno de esos hidalgos chulos, de enorme bigotazo, vestido de negro y con una espada a la cintura, de los que se paseaban por Madrid a finales del siglo XVI. Pobretones o modestos, pero defensores de su honra a cuchillada limpia, ensangrentando los aceros a la mínima mención ofensiva a sus personas o las de los suyos, y sin que les importara en el peligro en que ponían sus vidas. ¿También era así Antonio de Sigura, haciendo inevitable el encontronazo? Es difícil decirlo. No sólo desconocemos la razón de la disputa, y el juicio que siguió a ella -falta tal legajo, o no se ha encontrado, en el Archivo de Simancas- sino que ni siquiera estamos seguros de quién fue Sigura. © MARTÍN SACRISTÁN TORDESILLAS. Extracto de su libro DIFERENTES PARECIDOS. CERVANTES Y SHAKESPEARE.