La historia de Japón, siempre ligada a las fuerzas de la naturaleza, tuvo ocasión, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, de comprobar como los fenómenos atmosféricos decidían su destino, o al menos, el de una de sus poblaciones, Nagasaki.
El 6 de agosto de 1945, el estadounidense B-29 Enola Gay, del mando del general Paul Tibbets, dejó caer sobre Hiroshima la primera bomba atómica. Inicialmente, los japoneses pensaron que se trataba de un bombardeo masivo, pero no tardaron en descubrir que lo que contra ellos se había utilizado era un arma con una capacidad de devastación hasta ese momento desconocida. Sin embargo, el orgullo japonés impidió lo que quizá otro pueblo hubiera hecho de inmediato, rendirse.
El 8 de agosto de 1945, Stalin declara la guerra a Japón e invade Mongolia exterior que, paradojas de la historia, era en aquel momento de dominio japonés. Atrás quedaron los tiempos de Kublai. En Manchuria, los soviéticos destrozan al ejército japonés en las 24 horas siguientes, con lo cual, empieza a rondar en la cabeza de los japoneses la posibilidad de rendirse. Siguen sin hacerlo. Los americanos no quieren que los soviéticos se hagan con el control de Asia, lo que sin duda conseguirán si continúan derrotando a los nipones, así que la suerte está echada, hay que conseguir una rendición inmediata. Sin tiempo que perder, Estados Unidos decide castigar, por segunda vez, al Imperio del Japón. El 509º Grupo Mixto del general Paul Tibbets sería el encargado de realizar la misión. El avión elegido para la ocasión fue el bombardero B-29 “Bockscar”, y la ciudad para lanzar la mortífera carga, Kokura. Pero el 9 de agosto las nubes tapaban por completo la ciudad de Kokura, era imposible asegurar el blanco. Por tanto, se decide ir a por la segunda ciudad que previamente había sido elegida por si las condiciones meteorológicas no permitían arrojar la bomba. Le toca el turno a Nagasaki. A media mañana, el B-29 se encuentra sobre Nagasaki, pero las nubes impiden también una correcta visibilidad, como en Kokura. Después de sobrevolar repetidamente la ciudad a la espera de que las nubes se retiren, se decide abortar la operación, pero, para desgracia de sus habitantes, un claro se hace entre las nubes, lo suficientemente grande y duradero para lanzar la bomba. Japón se rinde. Una vez más, la meteorología juega con Japón, esta vez a favor de los ciudadanos de Kokura y para desgracia de los de Nagasaki, ciudad también de la isla de Kiushu, aquella que pretendía invadir Kublai. ©ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO/Extracto del libro EL GENERAL QUE SE ALIÓ CON LAS ARAÑAS. TORMENTAS, VOLCANES, PANDEMIAS Y OTROS FENÓMENOS NATURALES QUE CAMBIARON LA HISTORIA