Nada apetecible ofrecía la galera para alistarse voluntariamente en ella, salvo una cosa, que quien lo hiciera fuera buscando un lugar donde ocultarse de la Justicia, de los acreedores o de los ajustes de cuentas. Al margen de estos hombres que de forma voluntaria se enrolaban como remeros y a los que se denominaba buenas boyas, solamente esclavos y condenados por la justicia a la pena de galeras, en muchos casos por infracciones o delitos leves que no merecían semejante castigo, se sentaban en los bancos de boga. Así pues, en la galera, junto al resto de la tripulación, concurrían remando hombres libres que se ocultaban de la justicia junto a condenados por cuestiones poco relevantes y otros penados por delitos graves.
Otro de los escasos motivos por los que alistarse voluntariamente en una galera era huir de la enfermedad. En 1590, la cuarta parte de la población de Barcelona murió como consecuencia de un brote de peste. Permanecer en la ciudad era apostar por contraer la terrible enfermedad.
Los condenados a galeras, los galeotes, lo eran como consecuencia de una disposición legal que regulaba la pena de galeras y que se aplicó en toda España desde 1530, siendo rey Carlos I. Hacían falta hombres para defender las costas españolas de los ataques berberiscos y otomanos, así que en unos tiempos en los que no se concebía alimentar y mantener a un preso sin que hiciera “algo” a cambio, la galera era el destino ideal.
La norma establecía dos años como mínimo por una mera razón práctica. El primer año, si el galeote sobrevivía, aprendía a bogar, así que, por lo menos, se le exigía un año más para obtener su rendimiento, eso en teoría, porque por lo general, la pena duraba cinco años como mínimo, y los motivos por los que imponerla se fueron ampliando hasta el punto de que la condena recaía por cualquier nimiedad. Solamente quedaban exentos de ella, por recomendación del Santo Oficio, las mujeres y los mayores de sesenta años, básicamente porque ni unas, ni otros tenían fuerza suficiente para manejar aquellos remos y, por razones que huelga explicar, los clérigos, siempre que no dejaran de serlo por resultar expulsados de su orden. También los nobles estaban eximidos de la pena de galeras, aunque no de embarcar en ellas como hombres de guerra. Los enfermos tampoco eran condenados al remo, se decía que por no agravar su estado de salud, sin embargo, en compensación, recibían una buena dosis de azotes que no parece que ayudara a mejorarla. En resumen, razones de utilitarismo sin más ©MARCOS SAMPER, autor del libro A GALERAS A REMAR. LA VIDA COTIDIANA EN LAS GALERAS ESPAÑOLAS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. (Descubre más sobre este libro, pinchando en este enlace)