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En la calle Princesa se produjo, en 1952, uno de los casos más extraños, enigmáticos y con más repercusión en los medios de comunicación de los que se recuerdan en Madrid. El suceso fue truculento y, lo que aún resultaba más inquietante, no tenía explicación alguna. La aristócrata Margarita Ruiz de Lihory cortó la mano al cadáver de su hija, fallecida a los 36 años. No se sabe a ciencia cierta cuándo nació Margarita, ya que ella siempre procuró ocultar la fecha, aunque se cree que fue en 1889. Su padre, José María Ruiz de Lihory y Pardines, fue un conocido aristócrata y político, que llegó a ser alcalde de Valencia y que poseía una gran biblioteca donde contaba con una colección de libros de ocultismo, libros que Margarita leyó y que le hicieron adentrarse en aquel mundo de los sucesos extraños. Se casó en 1910 con Ricardo Shelly, con quien tuvo a sus cuatro hijos: Margot, José María, Juan y Luis.

Al morir su padre, además de meterse en pleitos por reclamar el título de baronesa que había pasado a su hermana mayor, decidió abandonar a su esposo e hijos y marcharse a Marruecos. Allí conoció nuevas creencias religiosas y al caudillo rifeño Mohammed Abd el-Krim, El Jatabi, que tantos quebraderos de cabeza dio a los soldados españoles, quien se convirtió en uno de sus grandes amores. Acusada de ser espía doble -medió en la liberación de prisioneros españoles capturados precisamente por Abd el-Krim-, volvió a Madrid para ser condecorada por su valor, granjeándose la amistad de Francisco Franco. Se le atribuyeron romances con varias personalidades de la la época; desde Miguel Primo de Rivera a Manuel Aznar, pasando por el cardenal Benlloch o el mismísimo Henry Ford. Tras Marruecos, viajó a México, Cuba y Estados Unidos, donde se dedicó a pintar.

Realizó los retratos de tres presidentes y escribió para diferentes periódicos. Volvió a España poco antes de iniciarse la Guerra Civil que dio comienzo cuando ella residía con sus hijos en Barcelona. En la ciudad condal conoció al que, según ella, fue el gran amor de su vida y su segundo marido, el abogado Josep María Bassols, quien lo abandonó todo por estar con ella.

Tras la guerra, Margarita y su familia pasaron unos años en Albacete y después se instalaron en Madrid. Fue allí donde en 1954 tuvo lugar el famoso caso de la mano cortada, en el que se acusó a Margarita de haberle cortado la mano, la lengua, y haberle sacado los ojos a su hija Margot nada más fallecer ésta de una leucemia. Se especuló con todo tipo de móviles, si fue un ritual de inmortalidad o un ataque de locura, o que tenía conexiones con los nazis o con extraterrestres de un planeta llamado Ummo. En realidad, la incógnita nunca se desveló, pero sí se supo que la misma aristócrata había experimentado en una casa de Albacete con decenas de cadáveres de perros, con los que se fotografiaba una vez fallecidos.

La portada en el periódico El Caso sobre el macabro suceso, marcaría un hito en la historia del periodismo, y se convertiría en la segunda tirada más vendida, casi cuatrocientos mil ejemplares. Margarita y su marido fueron detenidos y encarcelados en el psiquiátrico de Carabanchel. Meses después fueron puestos en libertad. Tras el juicio fueron declarados culpables, aunque jamás fueron a la cárcel, dicen que por sus buenas relaciones con el régimen de Franco. Margarita siempre proclamó su inocencia, y acusó a su hijo Luis, quién había sido precisamente el que la había denunciado ante las autoridades. Dejó Madrid poco después de cortar la mano al cadáver de su hija, pero su historia se hizo tan famosa que en la capital comenzó a ponerse de moda la siguiente coplilla: «En la calle de la Princesa, vive una vieja marquesa con su hija Margot, a quien la manó cortó. Moraleja, moraleja, esconde la mano, que viene la vieja». EXTRACTO DEL LIBRO MADRID SANGRIENTO Y MISTERIOSO, de ©Ángel Sánchez Crespo