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El oficio de calero

 

El oficio de calero. La obtención de la cal viva –óxido de calcio- necesita del calentamiento previo, a unos 900 grados, de la piedra caliza –carbonato de calcio-. Actualmente, esta transformación se consigue en hornos industriales, pero durante años, en las poblaciones en las que la piedra caliza era la base geológica de su suelo, se han utilizado los hornos de cal para la obtención de este preciado producto.

Las caleras u hornos de cal consistían en un pozo de unos cuatro metros de profundidad por tres de diámetro, con paredes recubiertas de arcilla para evitar la pérdida de temperatura.

Desde el interior de la estructura se iban disponiendo minuciosamente y por tamaños las piedras calizas previamente troceadas, hasta formar una bóveda exterior. En el centro quedaba el espacio necesario para instalar la leña que se prendería fuego para quemar la piedra. Por medio de un hueco en la base del horno, el calero iba avivando el fuego sin dejar que se apagase durante todo el proceso de cocción.

La lluvia podía arruinar todo el proceso, motivo por el que se elegían días de verano tranquilos y sin riesgo de precipitaciones para preparar y encender el horno. Durante las primeras horas de cocción, las piedras de cal iban desprendiendo su humedad, originando un humo blanco. A medida que la piedra se quemaba, el humo tornaba a un color más oscuro. Durante tres días y dos noches el horno permanecía encendido, continuamente alimentado con leña para evitar su enfriamiento. De tanto en tanto se extraía la ceniza de la leña quemada para dejar espacio a la nueva. El tercer día se dejaba de meter leña al horno, tapando la abertura casi completamente, y permitiendo así que se fuera apagando lentamente, pero con el suficiente tiro como para terminar la combustión.

Horno de cal/ Autor: Antoni Sureda

Horno de cal/ Autor: Antoni Sureda

La tarea no terminaba aquí, el horno permanecía enfriándose durante una semana. Transcurrida la misma, si la piedra se había cocido correctamente, lo normal es que la bóveda exterior se hundiera, producto de la conversión en cal de la piedra, ya carente de consistencia, lo que constituía una buena señal.

Enfriado el horno se empezaban a desmontar la piezas de piedra cocida, comenzando por arriba. El aspecto de la piedra resultante era quebradizo y ligero, tras su transformación en una piedra porosa y blanda que se desmoronaba con facilidad. La piedra caliza  se había convertido en cal.

Lo habitual es que no todas las piedras se hubieran cocido perfectamente, por eso el calero efectuaba una selección desechando las piedras mal cocidas. El aprovechamiento obtenido solía rondar el 60% de la piedra empleada. Una vez que la piedra quemada era machacada y molida se obtenía el producto final, la cal viva.

En 1824 se produjo una auténtica revolución al presentarse el cemento como nueva y eficaz sustancia conglomerante en la construcción. Hasta ese momento se había empleado la cal -que también forma parte del cemento-, mezclada con arena, como argamasa en las labores constructivas para dar solidez a los edificios. La cal se empleó para enriquecer el suelo agrícola, permitió el estucado y la pintura al fresco y enlució paredes, refrescando el interior de las viviendas al reflejar la luz del sol.  Por su poder cáustico sirvió como desinfectante, tanto en las paredes de las viviendas, como en los enterramientos de animales muertos y de los seres humanos víctimas de epidemias y guerras.

En nuestros días, los hornos de cal están abandonados o simplemente desaparecidos. Solamente quedan sus ruinas o su recuerdo en el nombre de los parajes en los que se asentaban. No es infrecuente encontrarnos a lo largo de la geografía con parajes denominados las caleras, calerizas o los calizos. La industria se ha hecho cargo, a gran escala, de lo que un día fue un medio de subsistencia para muchos habitantes de nuestros pueblos. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS.

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El oficio de dulero

El dulero se ocupaba de caballos, asnos, mulas y animales de carga

El dulero se ocupaba de caballos, asnos, mulas y animales de carga

El oficio de dulero. No podemos definir mejor este oficio que haciendo una comparativa, tal vez impropia pero ajustada a la realidad, el dulero era para los animales de tiro y carga lo que una o un  “canguro” es para nuestros hijos.

El dulero recogía a los animales del pueblo y se los llevaba a pastar y disfrutar al monte sin perderlos de vista. A cambio de ello y, por supuesto, de su estipendio que solía ser en especie, los propietarios gozaban de un día de asueto en el que no estar pendientes de los animales, que como todo el mundo sabe, comen todos los días y necesitan atención a diario.

Por lo general se trataba de caballos, mulas y asnos, animales de carga y tiro que tenían como día de descanso el mismo que sus dueños. No en todas las épocas del año había días de asueto, en los momentos de máxima actividad agrícola no había descanso, ni para animal, ni para hombre.

El dulero prestaba sus servicios para todo el municipio. Para ello se efectuaba una llamada a toque de corneta y la gente del pueblo acudía para dejar sus animales en manos del dulero. Era lo que se llamaba “tocar a dula”.

De vuelta, el dulero entregaba a los animales en el municipio para ser recogidos por sus dueños, eso sí, ya venían alimentados del monte, lo que también suponía un ahorro para los propietarios. Por cierto, al parecer, los asnos eran los más traviesos de la “guardería”, capaces de alterar a los sobrios caballos y mulas y al propio dulero con sus continuos juegos y escarceos. ÁNGEL S. CRESPO  para GUADARRAMISTAS. (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO, CONOCE MÁS OFICIOS DE LA NATURALEZA EN NUESTRO LIBRO LA NATURALEZA Y SUS OFICIOS, EN EL QUE SE RECOGEN Y DESCRIBEN AMPLIAMENTE MÁS DE 100 ANTIGUOS OFICIOS, ALGUNOS HOY RECUPERADOS, EN LOS QUE HOMBRES, MUJERES Y NATURALEZA SON PROTAGONISTAS).

LA NATURALEZA Y SUS OFICIOS

LA NATURALEZA Y SUS OFICIOS

Albéitar y herrador

Antiguo potro de herrar

Antiguo potro de herrar

Albéitar y herrador, antiguos oficios. Con este nombre tan extraño nos estamos refiriendo a un antiguo oficio similar en algunos aspectos al que actualmente desempeñan los veterinarios. Dicho todo ello con reservas, ya que los veterinarios actuales son titulados universitarios con una preparación científica que no tiene nada que ver con la de aquellos hombres.

Los pueblos árabes fueron quienes introdujeron el concepto, de hecho la palabra albéitar proviene del árabe al-béitar, que podemos traducir, precisamente, como veterinario.

El albéitar era un sabio herrador de caballos, que dada su especialización y  contacto con los equinos, conocía perfectamente su anatomía, carácter, necesidades y también debilidades. Pero claro, no todo herrador llegaba a adquirir tales conocimientos. Solamente los más preparados tenían la condición de albéitar, en concreto los maestros herradores que eran elegidos en una especie de concurso-oposición por otros abéitares o maestros herradores de reconocido prestigio. Fueron los Reyes Católicos, en el año 1500, quienes crearon esta especie de oposición. Y no es de extrañar, ya que el caballo no solamente era elemento indispensable en el trabajo agrícola, lo era también en la guerra.

Los albéitares, además de herrar convenientemente a los caballos, se ocupaban de sanar sus enfermedades, desparasitarlos, castrarlos e incluso practicarles pequeñas intervenciones quirúrgicas. No eran veterinarios al modo de los actuales, pero si constituían el selecto grupo profesional capaz de intervenir en la salud de los preciados equinos.

En el escalafón inferior al de albéitar se encontraban el herrador. Sin competencias veterinarias de prestigio reconocidas, su función era la de herrar a los animales de carga y tiro fabricando las herraduras en la fragua. A fuerza de roce con el ganado equino, el herrador también poseía algunos conocimientos sobre enfermedades y dolencias, lo que motivaba que los vecinos, por un módico precio, también le consultaran o le confiaran sus animales enfermos. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS

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LA NATURALEZA Y SUS OFICIOS

LA NATURALEZA Y SUS OFICIOS

De profesión, espartero

Esparto. Stipa tenacissima.

Esparto. Stipa tenacissima.

 

El esparto forma parte de esas materias primas naturales esenciales en la elaboración de utensilios domésticos y herramientas de trabajo. Serones, esportones, cuerdas, esteras, esterillas y capachos son solamente algunos de los instrumentos manufacturados con esparto. Los llamados cinchos, con los que se envuelven los quesos y se extrae el suero, o los capachos de prensado empleados en las almazaras de aceite, son otras formas de uso del esparto, en este caso, como instrumento o herramienta para conseguir elaborar productos básicos.

Aunque su aspecto parece recordarnos al de un junco, el esparto es una gramínea, eso sí, de gran porte. Su nombre científico hace referencia a su resistencia y dureza tenaz, no en vano se denomina Stipa tenacissima. Su distribución peninsular esta relacionada con suelos de carácter yesoso, que se sitúan en el centro y sur peninsular. Los atochares, como se denominan los montes gipsícolas donde el esparto prolifera, son lugares secos, duros, con poca precipitación y muchas horas de sol. Las macollas de esparto son cepellones herbáceos de los que sobresalen las hojas altas, recias y cortantes, que se empleaban en la elaboración de los diferentes utensilios.

En esos ambientes realmente poco apacibles, con escasa o nula vegetación arbórea, debían trabajar en la recolección de esparto los esparteros. Para ello, estos hombres se ayudaban de la cogedera, un instrumento consistente en un simple palo que portaban colgado de la muñeca y en el que enrollaban las hojas para arrancarlas de cuajo del cepellón. De ese modo no se dañaban las manos al ser el palo o cogedera el que soportaba toda la fuerza y los desgarros y arañazos del cortante y áspero esparto.

Una vez recogido, el esparto, después de limpio y seleccionado, se dejaba secar en el suelo. Para conseguir una mayor flexibilidad, necesaria en las posterior manufacturación, los manojos de esparto tenían que ser introducidos en balsas de agua donde permanecían varios días. Para romper la fibra y hacerlo dúctil también era preciso golpearlo en repetidas ocasiones.

Las labores relacionadas con el esparto podían tener más de un protagonista. De hecho, los recolectores eran los denominados atocheros, mientras que con el material se elaboraban distintos objetos que daban lugar a otros tantos nombres de oficios. Así, los que realizaban esteras eran los estereros, cofineros los elaboradores de capazos, alpargateros los fabricantes de alpargatas y sogueros los de soga, además de muchos otros relacionados con los objetos fabricados o con el proceso elaboración.

la importancia de la industria del esparto fue tan grande que en los años 40 y 50 del s.XX se llegó a crear en España el llamado Servicio Nacional de Esparto, un organismo de gestión dependiente entonces del Ministerio de Industria Comercio y Agricultura, y es que en aquellos años el esparto y las actividades que generaba constituían un sector económico muy importante.

En la actualidad, las labores relacionadas con esta gramínea no son relevantes, si acaso, siguen elaborándose objetos artesanales y artísticos. Otros materiales menos naturales pero menos costosos de obtener y elaborar han suplido a la fibra vegetal por excelencia de las estepas españolas. A cambio, los espartales han recuperado todo su esplendor y valor ecológico, que, sin duda, habrían perdido si su explotación  hubiera continuado de forma masiva. Los atochares,  por su aspecto desértico, parecen a simple vista no albergar mucha vida, pero la realidad es que cobijan especies vegetales de alto valor ecológico y una fauna adaptada a la sequedad y duras condiciones del terreno que solamente puede encontrarse en su entorno. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS

De profesión, gabarrero

El duro y heróico trabajo de los gabarreros de Valsaín trasciende hasta nuestros días.

El duro y heróico trabajo de los gabarreros de Valsaín trasciende hasta nuestros días.

Si hablamos de profesiones duras donde las haya, basta con recordar cualquiera de las que llevaron a cabo  nuestros antepasados de una o dos generaciones atrás. La de gabarrero es, sin duda, una de ellas.

Aunque la palabra “gabarrero” se considera autóctona de la Sierra de Guadarrama, lo cierto es que el término  “gabarra”  se refiere a una embarcación pequeña y chata utilizada para la carga y descarga en los puertos.  Haciendo un ejercicio de imaginación, la gabarra se transforma en el centro de la Península en un equino o en un carro tirado por bueyes. Es así como le encontramos más sentido al origen de la palabra que define a este oficio.

Hoy en día esta profesión ya sólo figura como reivindicación en las fiestas de algunos pueblos de la Sierra de Guadarrama, especialmente en la vertiente segoviana, y con mayor renombre en la localidad de El Espinar.

También conocidos como jornaleros del monte, el gabarrero se encargaba de limpiar el bosque de ramas secas, árboles caídos, troncos muertos, etc. Se trataba de un trabajo muy duro que permitía el aprovechamiento de la madera para usarla como leña, a cambio de muy poco dinero.  Transportaban la madera con ayuda de burros, mulas, caballos o incluso carros tirados por bueyes.

En algunos sitios, los gabarreros sólo transportaban la leña que cortaban los hacheros; en otros, acudían a primeras horas de la mañana al monte en compañía de su equino y después de varias horas de difícil trayecto, abordando la peligrosa orografía de la montaña, iban cortando y recogiendo la madera muerta.  La colocación de la misma sobre el animal –mula o caballo, en la mayor parte de los casos- era otra de las dificultades para llevar a buen puerto el jornal del día. Había que llevar la mayor cantidad posible de leña y además había que colocarla sobre el animal de la forma más firme y segura para que en la arriesgada bajada de la montaña, el primero no perdiera el equilibrio y acabara barranco abajo. Catástrofe total para el gabarrero que perdería así jornal y animal.

Además, había que esquivar otros tantos peligros de la naturaleza del pinar como los trampales o tollas, una especie de ciénagas en las que si caía el gabarrero o el animal, era imposible el rescate por sus propios medios.

 La jornada del gabarrero concluía al final del día, de noche, en condiciones meteorológicas terribles, en pleno invierno, a veces en medio de copiosas nevadas. Después, la leña se vendía para consumo doméstico, aunque en algunos casos, como los de los gabarreros de Valsaín , el destino de sus recogidas era el de combustible  para la Real Fábrica de Vidrio de La Granja o de la Fábrica de Loza de Segovia. ISABEL PÉREZ para GUADARRAMISTAS. (SI TE HA GUSTADO ESTE ARTÍCULO ENCONTRARÁS MÁS INFORMACIÓN DE OTROS INTERESANTES ANTIGUOS OFICIOS DE LA NATURALEZA EN NUESTRO LIBRO LA NATURALEZA Y SUS OFICIOS).

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