El Juniperus oxycedrus o enebro de la miera, se distingue del enebro común por las dos líneas blancas que recorren sus hojas. Es un árbol relativamente frecuente en el piedemonte, en muchos casos acompañado de encinas en las zonas más bajas y de roble melojo a medida que se gana altura. Sus frutos, pequeñas bolitas redondas con aroma a ginebra si se estrujan –de hecho el fruto del enebro se emplea para aromatizar esta bebida-, se denominan arcéstidas, y son de color verde inicialmente, aunque luego adquieren tonos ocres y rojizos a lo largo de los dos años que tardan en madurar.
En la actualidad los ejemplares que perduran apenas alcanzan los cinco metros, si bien llegan a los veinte, y de hecho el paisaje serrano madrileño del siglo XVI, según algunas crónicas, contaba con grandes masas de estos árboles cuya altura superaba la veintena de metros. De crecimiento muy lento y resistente a las temperaturas extremas, su población se ha ido viendo mermada como consecuencia de las actividades ganaderas, y muy especialmente por el uso que durante siglos se hizo de su madera.
La madera del Juniperus oxycedrus es especialmente dura y resistente, dicen que no se pudre, y se empleó en la construcción de edificios durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, su uso más peculiar y que supuso gran parte de su destrucción fue el de la “miera”, que es como se denomina la resina que desprende su madera, y que se obtenía mediante la cocción en hornos fabricados al aire libre en el suelo. Esta sustancia servía para combatir la roña o sarna de las ovejas, llamada “escabro”. Hay que tener en cuenta que en los siglos XVII y XVIII el ganado ovino era especialmente abundante, de hecho las fotos que ilustran este artículo están hechas en la Cañada Real Segoviana que atraviesa la zona madrileña.
Compañera del enebro de la miera es la sabina albar Juniperus thurifera especialmente importante y abundante en la zona segoviana. Otro día hablamos de ella. ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS.