El otoño cruzaba

las colinas de  débiles

temblores. Cada

hoja caída

estremecía toda una montaña.

Leve rumor de luces y de brisas

rodaba por el valle, se acercaba.

Los pájaros dejaban  bruscamente

temblorosas las ramas

cayéndose hacia el cielo, arrebatados

por una fuerza extraña.

Las carnosas ortigas

se apretaban

como un rebaño

inquieto. Levantaban del agua

su cabeza, los juncos.

Las verdinegras zarzas

se crecían.

Imperceptibles, más delgadas

por la tensa postura de su espera

las hierbas, anhelantes…

Tú llegabas,

y una amarilla paz de hojas caídas

reponía el silencio a tus espaldas.