1816, el año sin verano


La noche del 12 de mayo de 1816, la ciudad de Quebec estaba helada como solía estarlo en diciembre, y el 14 amaneció cubierta de nieve. El día 6 de junio la ciudad de Nueva York, completamente cubierta por un manto blanco, presentaba un aspecto navideño. En apenas unas horas las temperaturas habían descendido 20ºC. En los campos de América del norte las ovejas recién esquiladas morían de frío y al llegar el mes de julio, la sensación era la misma que otros años al final del verano. En China, el río Yangtsé se desbordó y el río Amarillo provocó con sus inun- daciones más de cien mil muertos. 
Por aquellas fechas, Mary Shelley y su esposo Percy, junto a la hermanastra política de Mary, Claire Clairmont, se encontraban en Suiza. Allí coincidieron en los alrededores del lago de Ginebra -Lemán- con Lord Byron. El tiempo excepcionalmente frío y lluvioso no invitaba a salir al exterior, así que las veladas al calor del fuego se repetían en Villa Diodati, la residencia de Byron. Es allí donde el excéntrico escritor propone a sus invitados que cada uno de ellos escriba un relato de terror. La idea no pareció convencer a todos, pero sí a Mary. Ese mismo verano de 1816, Mary Shelley ya tenia un esbozo de su relato Frankenstein. 

¿A qué se debía esta excepcional ola de frío en pleno verano? El 5 de abril de 1815, el volcán Tambora, situado en la Isla de Sumbawa al este de Java, en Indonesia, entró en erupción. El estruendo se escuchó a más de 1.000 Km de distancia y fue confundido inicialmente con cañonazos. La columna de cenizas y humo disipó pronto las dudas. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Los días posteriores, de relativa calma, no hacían sospechar lo que se avecinaba. La erupción del día 5 era solo el primer estornudo de un volcán de más de 4.000 metros de altura. Las enormes presiones de gases sobre la lava contenida en el subsuelo provocaron una segunda erupción cinco días después. Metros de cenizas cubrieron los suelos y una ingente cantidad de lava arrasó todo cuanto encontró a su paso. Como consecuencia de la erupción del Tambora murieron decenas de miles de personas, -se calcula que unas 70.000-, tanto por efecto directo de la explosión como del tsunami que se originó. 


Después de unos meses de sucesivas erupciones, el Tambora, que tenía 4.300 metros de altura, pasó a tener 2.850. Más de 1.500 metros de volcán, junto a las cenizas que emitieron las erupciones, fueron lanzadas por los aires alcanzando la estratosfera. 
“La fuerza de expansión de los gases sobre todo de vapor de agua, gas carbónico y gases sulfurados, pulverizó y proyectó por el aire esa inmensa cantidad de rocas y cenizas que constituía la diferencia entre el volumen del volcán antes y después de la erupción. Como ocurre en todas las erupciones de gran violencia, una parte importante de todo este polvo de roca y de gases en expansión que lo acompañaban, fue proyectada hasta la estratosfera. Se desconoce la masa del polvo proyectado, pero por analogía con lo que ocurrió en el caso de la explosión del Krakatoa, mucho menos poderosa que la del Tambora, es lógico pensar que ésta última haya inyectado, por encima de los 15 kilómetros, por lo menos 150 millones de toneladas de estas partículas de polvo muy finas. Su dimensión de pocos micrones no les permitió durante varios años caer al nivel del mar. Empujadas por los vientos del Este, que predominan de manera permanente en las grandes altitudes, dieron varias veces la vuelta al globo. Quizá durante las primeras vueltas, la nube sólo fuera una franja estrecha que no cubría más que la zona ecuatorial pero, después, esa franja se ensanchó hasta cubrir con un fino velo estratosférico las latitudes tropicales. A partir de este momento, esas partículas se encontraron en la zona de los vientos estratosféricos del Oeste. Reiniciaron entonces su viaje en sentido contrario, extendiéndose poco a poco y cubrieron así las regiones templadas y, al final, toda la superficie restante del globo, -se encontró un fino estrato de ese polvo en las nieves de Groenlandia y también en la meseta helada de la Antártida, a una profundidad que corresponde exactamente con el año siguiente al de la erupción y los años sucesivos-” . JACQUES LABERYE. El hombre y el clima. Ed. Gedisa. Barcelona. 2009 


Estas partículas de polvo supusieron una barrera para los rayos solares. Como consecuencia, las temperaturas descendieron, aunque quizá no deba atribuirse exclusivamente al Tambora la responsabilidad de aquel frío verano. También se sabe que durante las primeras décadas del s. XIX se produjo un período de baja actividad solar, lo cual tuvo que influir también en la bajada de temperaturas que, por otra parte, ha sido objeto de exageración. Es muy posible que la confluencia de ambos factores determinara que el verano del año 1816 fuera especialmente frío, pero no solamente ese verano, también otras estaciones en los siguientes años. 


En las navidades de 1818, las gélidas temperaturas deterioraron el órgano de la iglesia de San Nicolás de Oberndorf -Nikolauskirche-, en Austria. El sacerdote Joseph Mohr había compuesto unas estrofas apropiadas para esas fechas. Según José Luis Comellas: “Las bajas temperaturas inutilizaron el órgano de la iglesia de San Nicolás en Oberndorf, Austria. Cuando llegó la Navidad, nadie había querido ir a las montañas del Este de Salzburgo para reparar el instrumento, de modo que el párroco, Joseph Mohr, escribió un villancico y recurrió a su amigo Franz Xaver Gruber para que le pusiera música, capaz de ser cantada sin acompañamiento por un coro. Así nació Stille Nacht -que nosotros conocemos como Noche de Paz-”. 

No sabemos si la historia del villancico parte de la realidad o de una leyenda; también hay quien dice que el órgano no funcionaba porque lo habían averiado los ratones. Sea como fuere, el año 1816 fue especialmente frío. Hasta mediados del s. XIX, en el que las temperaturas comenzaron a subir globalmente, el hemisferio norte llevaba siglos con una media más baja que la que se había mantenido hasta el s. XIV. Entre este último y mediados del XIX se especula que debido a cambios en la actividad solar, entre otras causas, Europa y todo el hemisferio norte vivió lo que se ha denominado Pequeña Edad de Hielo. 


En España, los glaciares pirenaicos aumentaron de tamaño y las inundaciones por crecidas de los ríos fueron recurrentes. Especialmente gélidos fueron los años 1788 y 1789. 
Fue Benjamín Franklin, en 1784, quien analizó y expuso las consecuencias derivadas de una erupción volcánica en la incidencia de los rayos del sol sobre la Tierra. Consideró que la erupción del volcán Laki, en Islandia, formó una niebla seca a gran altura que causó los fuertes fríos registrados en el este de los Estados Unidos y el oeste de Europa, en el invierno de 1783-84 y en los años posteriores. 
Actualmente se sabe que los volcanes denominados explosivos, que acumulan magma muy viscoso, empujado por fuertes presiones de gas, son capaces de lanzar a la estratosfera polvo y elementos químicos que alteran el clima del planeta mientras permanecen en suspensión. Otra cosa son los volcanes llamados difusivos, cuya incidencia es mucho menor, y que se caracterizan por humear constantemente, liberando lava en espacios cortos de tiempo, por lo que no acumulan bajo el suelo la auténtica “bomba” energética de los explosivos. 


La del Tambora de 1815, por ser una fecha “reciente” en nuestra historia, es de la que se tiene memoria, pero hay otros casos tanto o más espectaculares, como el del volcán de la isla de Tera o Santorini, en las Cícladas del Mar Egeo (Grecia), que se produjo unos 1.500 o 1.600 años a. C. La explosión hizo desaparecer tres cuartas partes de la isla y a ella se atribuye la pérdida de la civilización minoica, el mito de la Atlántida o incluso las plagas de Egipto que se recogen en la Biblia, las cuales estarían basadas en la oscuridad que se produjo tras la erupción y en las catástrofes posteriores.  EXTRACTO DEL LIBRO CUANDO LA NATURALEZA MANDA

El plan nazi para destruir la economía británica

Cajas de billetes rescatadas del fondo del lago austraico copia

 

El plan nazi para destruir la economía británica. El Tercer Reich alemán no dejó de tramar planes para debilitar la economía de las potencias aliadas. Una de esas estrategias fue ideada por Reinhard Heydrich, aprobada por Heinrich Himmler y ejecutada por el Sturmbannführer de las SS -comandante de asalto- Bernhard Krüger. La operación consistía en la falsificación de billetes y títulos por valor de ciento cincuenta millones de libras. El falsificador al que se encargó el asunto fue un ruso conocido como Wladimir Dogranov, un especialista capaz de imitar a la perfección las calidades del papel, las firmas y la tipografía de los billetes. La finalidad era lanzar los billetes desde aviones militares sobre el Reino Unido, para colapsar así la economía británica. El final de la guerra detuvo el proyecto y el material acabó oculto en un lago austriaco en 1945.

Bernhard Krüger salió indemne en los juicios posteriores a la guerra. Desde sus fábricas y ralentizando la producción de los billetes consiguió, según testificaron muchos trabajadores, prolongar el trabajo y evitar que una vez finalizado fueran deportados a los campos de exterminio. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO, autor del libro HISTORIA INSÓLITA. HECHOS HISTÓRICOS DISPARATADOS

PORTADA PRUEBA HISTORIA INSÓLITA




Una silla eléctrica que no había donde enchufar

Una silla eléctrica que no había donde enchufar. Menelik II fue el emperador de Etiopía entre 1889 y 1913.Cuando se enteró de que en Estados Unidos se había puesto punto y final a la vida de William Kemmler con la silla eléctrica, a Menelik le pareció que aquello era de lo más interesante, no solo porque tenía unas cuantas vidas que quitar, sino por lo curioso del artefacto.

Mandó importar tres sillas eléctricas. Nada más llegar las desembaló y quiso probarlas. El primero en ser ajusticiado, un pobre delincuente común, se sentó en la silla, pero aquello no funcionó. A Menelik se le habían olvidado dos cosas muy importantes: que la silla eléctrica había que enchufarla, y que en su país aún no había corriente eléctrica.

Lejos del desencanto, el emperador de Etiopía decidió utilizar las sillas eléctricas como trono real. Un par para él, por supuesto, y otra para el doble que lo acompañaba a todas partes por si alguien atentaba contra su dignísima persona. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO, autor del libro HISTORIA INSÓLITA. HECHOS HISTÓRICOS DISPARATADOS

Menelik II




Historia de un rey francés y su mala suerte

 

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Historia de un rey francés y su mala suerte. Enrique II reinó en Francia entre 1547 y 1559. Disfrutaba de participar en torneos y justas con el peligro que ello entrañaba. En la celebración de la boda entre Felipe II e Isabel de Valois, su hija,   tuvo lugar, entre otros festejos, un torneo. En él, como no podía ser de otro modo, participó Enrique II, que se enfrentó al conde de Montgomery.

El hecho no habría trascendido si no llega a ser por lo trágico del resultado. Al chocar ambos, la lanza del conde se partió con la mala fortuna de que una astilla penetró por el estrecho hueco del casco del rey, justo en el espacio abierto reservado para la visión. La astilla le entró en el cerebro, a través del ojo.  Los médicos de la Corte francesa se afanaron tanto en el intento de curar a su rey que, incluso, comenzaron ensayos  y experimentos, a toda prisa, en los que se utilizó a presos para reproducir la lesión del monarca. A buen seguro, ninguno voluntario. Su nuevo yerno, Felipe II, se apresuró a enviar a uno de sus médicos, el famoso anatomista Andrea Vesalio, pero al llegar, el rey había muerto tras una lenta agonía.

Lo truculento de la  historia no acaba aquí porque aunque el rey exoneró de toda responsabilidad al conde, por lo que le había pasado, éste fue deportado al día siguiente de la muerte del rey, y su esposa y viuda, Catalina de Médici, lo persiguió de por vida. Fue apresado y decapitado en París en 1574, entre otras razones, además, por participar en la insurrección de Normandía. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO, autor del libro HISTORIA INSÓLITA. HECHOS HISTÓRICOS DISPARATADOS

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El Metropolitano ayer y hoy

El Metropolitano a comienzos de los sesenta

El Metropolitano a comienzos de los sesenta

A principios de los años veinte se comenzaron las obras del Stadium Metropolitano de Madrid, que fue inaugurado el 13 de mayo de 1923, durante el mandato de Julián Ruete como presidente del Athletic Club de Madrid. El nuevo campo de fútbol era compartido con otros equipos de la capital, como la Gimnástica o el Racing Club de Madrid. Fue construido como parte de la urbanización Colonia del Metropolitano, que había sido promovida por la división inmobiliaria de lo que hoy es Metro de Madrid, de ahí su nombre. Se ubicaba cerca de la actual Avenida de la Reina Victoria.

Durante la Guerra Civil española, el estadio, próximo al frente de guerra de la Ciudad Universitaria, quedó prácticamente destrozado. 

Al finalizar la guerra, los terrenos del Metropolitano fueron adquiridos por el Ejército del Aire, ya que los clubes Aviación Nacional y Athletic Club de Madrid se fundieron en el Athletic-Aviación Club. El ejército adquirió los terrenos para el Patronato de Huérfanos y en 1942 reconstruyó el estadio con el apoyo de Infraestructura Aérea. Curiosamente, las obras las dirigió un exjugador del equipo, el arquitecto

Javier Barroso, que comenzó jugando en el Real Madrid, y pasó al Athletic Club de Madrid como delantero para afianzarse como portero, después de pasar un tiempo como centrocampista. Luego sería presidente, entre 1955 y 1964.

El 15 de abril de 1950, el Atlético firmó el acta de compra del estadio, que entonces pertenecía a la Sociedad Stadium, de los hermanos Otamendi. En 1954 el Metropolitano es reinaugurado y ampliado,  alcanzando las cincuenta mil localidades. Pero los días del antiguo Metropolitano estaban contados. Tan solo ocho años después, en 1958, el Atlético decidió adquirir los terrenos cercanos al río Manzanares donde se construiría un nuevo estadio más moderno, lo que supondría la demolición del Metropolitano para la construcción de viviendas. Para la compra se decidió una emisión de deuda en forma de obligaciones hipotecarias, que fueron suscritas en su gran mayoría por los propios socios del club. En 1959 comenzaron la obras y el 2 de octubre de 1966 fue inaugurado el estadio del club rojiblanco llamado entonces Estadio Manzanares, posteriormente Vicente Calderón, en honor a su presidente, que lo fue entre 1964 y 1980. Durante 51 años el Calderón ha sido el campo de futbol del club colchonero,  del Atleti, como popularmente es conocido, concretamente hasta la temporada 2016-2017, en la que cambió su sede al Estadio Wanda Metropolitano, recuperando el nombre del antiguo estadio, aunque añadiéndole el nombre de su patrocinador, como parece corresponder a los nuevos tiempos. (EXTRACTO DEL LIBRO MADRID AÑOS 60-70. DOS DÉCADAS QUE NOS CAMBIARON ©ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO/ISABEL GALENDE)

 




Esconde la mano que viene la vieja

 

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En la calle Princesa se produjo, en 1952, uno de los casos más extraños, enigmáticos y con más repercusión en los medios de comunicación de los que se recuerdan en Madrid. El suceso fue truculento y, lo que aún resultaba más inquietante, no tenía explicación alguna. La aristócrata Margarita Ruiz de Lihory cortó la mano al cadáver de su hija, fallecida a los 36 años. No se sabe a ciencia cierta cuándo nació Margarita, ya que ella siempre procuró ocultar la fecha, aunque se cree que fue en 1889. Su padre, José María Ruiz de Lihory y Pardines, fue un conocido aristócrata y político, que llegó a ser alcalde de Valencia y que poseía una gran biblioteca donde contaba con una colección de libros de ocultismo, libros que Margarita leyó y que le hicieron adentrarse en aquel mundo de los sucesos extraños. Se casó en 1910 con Ricardo Shelly, con quien tuvo a sus cuatro hijos: Margot, José María, Juan y Luis.

Al morir su padre, además de meterse en pleitos por reclamar el título de baronesa que había pasado a su hermana mayor, decidió abandonar a su esposo e hijos y marcharse a Marruecos. Allí conoció nuevas creencias religiosas y al caudillo rifeño Mohammed Abd el-Krim, El Jatabi, que tantos quebraderos de cabeza dio a los soldados españoles, quien se convirtió en uno de sus grandes amores. Acusada de ser espía doble -medió en la liberación de prisioneros españoles capturados precisamente por Abd el-Krim-, volvió a Madrid para ser condecorada por su valor, granjeándose la amistad de Francisco Franco. Se le atribuyeron romances con varias personalidades de la la época; desde Miguel Primo de Rivera a Manuel Aznar, pasando por el cardenal Benlloch o el mismísimo Henry Ford. Tras Marruecos, viajó a México, Cuba y Estados Unidos, donde se dedicó a pintar.

Realizó los retratos de tres presidentes y escribió para diferentes periódicos. Volvió a España poco antes de iniciarse la Guerra Civil que dio comienzo cuando ella residía con sus hijos en Barcelona. En la ciudad condal conoció al que, según ella, fue el gran amor de su vida y su segundo marido, el abogado Josep María Bassols, quien lo abandonó todo por estar con ella.

Tras la guerra, Margarita y su familia pasaron unos años en Albacete y después se instalaron en Madrid. Fue allí donde en 1954 tuvo lugar el famoso caso de la mano cortada, en el que se acusó a Margarita de haberle cortado la mano, la lengua, y haberle sacado los ojos a su hija Margot nada más fallecer ésta de una leucemia. Se especuló con todo tipo de móviles, si fue un ritual de inmortalidad o un ataque de locura, o que tenía conexiones con los nazis o con extraterrestres de un planeta llamado Ummo. En realidad, la incógnita nunca se desveló, pero sí se supo que la misma aristócrata había experimentado en una casa de Albacete con decenas de cadáveres de perros, con los que se fotografiaba una vez fallecidos.

La portada en el periódico El Caso sobre el macabro suceso, marcaría un hito en la historia del periodismo, y se convertiría en la segunda tirada más vendida, casi cuatrocientos mil ejemplares. Margarita y su marido fueron detenidos y encarcelados en el psiquiátrico de Carabanchel. Meses después fueron puestos en libertad. Tras el juicio fueron declarados culpables, aunque jamás fueron a la cárcel, dicen que por sus buenas relaciones con el régimen de Franco. Margarita siempre proclamó su inocencia, y acusó a su hijo Luis, quién había sido precisamente el que la había denunciado ante las autoridades. Dejó Madrid poco después de cortar la mano al cadáver de su hija, pero su historia se hizo tan famosa que en la capital comenzó a ponerse de moda la siguiente coplilla: «En la calle de la Princesa, vive una vieja marquesa con su hija Margot, a quien la manó cortó. Moraleja, moraleja, esconde la mano, que viene la vieja». EXTRACTO DEL LIBRO MADRID SANGRIENTO Y MISTERIOSO, de ©Ángel Sánchez Crespo




El Salón Del Prado

 

El Salón del Prado

El Salón del Prado

El Salón del Prado. Lugar de encuentro y de ocio, el que ahora conocemos como Paseo del Prado, tuvo los nombres de Prado de Atocha, Prado de los Jerónimos o Prado Viejo, nombre este último, que era común entre el pueblo. La reforma urbanística iniciada en tiempos de Carlos III tuvo como resultado la unificación de estos lugares de esparcimiento, configurando uno de los enclaves más bellos de Madrid, el Salón del Prado.

Durante el siglo XVI, los llamados Prado de San Jerónimo y de Atocha, extramuros de la ciudad, eran conocidos por el pueblo de Madrid con el nombre de Prado Viejo. Felipe II se encargó de reorganizarlos y adecuarlos para el recreo de los madrileños. El Prado Viejo era un lugar de esparcimiento, de merienda, de romería, de tertulias, de galanes y damas en busca de pareja. En aquel Madrid, donde la apariencia era tan importante, era enclave de cita obligada para ver y ser visto.

Durante el reinado de Carlos III, las reformas urbanas se plantearon en la periferia de la ciudad, incluyendo el Prado Viejo que, pese a ser un paseo muy popular, había ido cayendo en un estado de abandono y perdiendo su primitiva función de lugar de entretenimiento. Para cambiar la fisonomía de este  espacio, Carlos III contó con la ayuda del conde Aranda, Pedro Pablo Abarca de Bolea (1719-1798), que sería presidente del Consejo de Castilla tras el motín de Esquilache y luego Secretario de Estado de Carlos IV. El conde de Aranda fue el auténtico ideólogo de esta transformación urbanística. El Salón del Prado, como se llamó a esta gran reforma, cubrió el arroyo que lo cruzaba, el arroyo de Valnegral, convirtiendo esta zona en un paseo arbolado con jardines y fuentes. Los trabajos se iniciaron en 1763, y con ellos, se pretendió integrar en uno a todos los fragmentos dispersos del espacio de transición entre la ciudad y el conjunto palatino del Buen Retiro, mediante la creación de un espacio limitado y embellecido por fuentes y vías arboladas.

El Salón del Prado fue ordenado urbanísticamente por José de Hermosilla (1715-1776), uno de los arquitectos más importantes del siglo XVIII, a la altura de Sabatini (1722-1797), Juan de Villanueva (1739-1811) y Ventura Rodríguez (1717-1785). ©ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO. Extracto del libro 101 CURIOSIDADES DE LA HISTORIA DE MADRID

 




De pastelero a rey de Portugal, un impostor a la española

El rey, don Sebastián de Portugal

El rey, don Sebastián de Portugal

De pastelero a rey de Portugal, un impostor a la española. El 11 de junio de 1577 falleció el rey Juan III de Portugal. Le sucedió Sebastián I, que se convirtió en un joven y brioso guerrero con ganas de combatir. Una circunstancia vino a fijar de un modo perenne su designio. Había sido Muley Mahomet, rey de Fez y de Marruecos, despojado de su trono por su tío Abd el Molik, conocido por Muley Moluc o Maluko. El destronado rey imploró el auxilio de don Sebastián, prometiéndole  grandes posesiones en África. Don Sebastián acogió su proyecto y quiso hacer entrar en él al rey Felipe II, su tío, quien predijo a su desgraciado sobrino el resultado de la empresa, pero éste, resuelto a llevarla a cabo, se embarcó en ella y pereció en la batalla a los 25 años de edad.

Entre los cristianos que lograron sobrevivir llegó un grupo a la ciudad de Arcila, cuyas puertas estaban cerradas. Al no querer abrirles y ante el peligro que corrían, uno de ellos mencionó que les acompañaba el rey don Sebastián. Solo así consiguieron que se abrieran las puertas de la villa y comenzó a difundirse el bulo de que el rey de Portugal seguía vivo.

Pero la verdadera muerte del rey Sebastián precipitó, tras una serie de acontecimientos, la guerra entre los candidatos al trono: Felipe II y el Prior de Crato, Antonio de Portugal. Una vez tomada Lisboa, Felipe II fue proclamado rey de Portugal el 12 de septiembre de 1580 con el nombre de Felipe I de Portugal. Pero, el agustino Fray  Miguel de los Santos, portugués, mantenía fija en su cabeza la idea de devolver el trono a don Antonio de Portugal. Vivía en Madrigal -Ávila-, bajo la atenta supervisión del  poder de  Felipe II.

Un día, Fray Miguel pasó por delante de la tienda de pastelería de Gabriel de Espinosa, en Madrigal. Se quedó parado y sorprendido al verlo. Le preguntó el pastelero qué era lo que tanto le llamaba en él la atención, y si podía en algo complacerle. El fraile agustino le expresó que su mirada, sus maneras, el eco de su voz, todo le recordaba y le hacía ver que tenía en su presencia a don Sebastián. Le convenció para hacerse pasar por el fallecido rey, pero necesitaba otro personaje más para urdir su trama, doña Ana de Austria, una señora joven, sencilla, que sin vocación alguna para el claustro en donde la había sepultado la política de su tío Felipe II. La cándida y sencilla doña Ana era una mina inapreciable que podía explotar el religioso para sus proyectos. Hizo que ambos se conocieran, y ella quedó prendada de su rey pastelero. Por su parte, al pastelero rey se le abría un mundo de posibilidades. De momento, recibió dinero y joyas de la incauta.

LOS PRISIONEROS DE FELIPE II

LOS PRISIONEROS DE FELIPE II

Pero las farsas suelen terminar mal. El pastelero viajó a Valladolid, gastó parte de su dinero y contrató los servicios de una prostituta a la que enseñó las joyas que llevaba. Ésta sospechó y se presentó en casa de un alcalde del crimen de aquella chancillería, don Rodrigo Santillán. La mujer le dio parte de que existía en Valladolid un hombre que había estado en su casa, que llevaba ricas alhajas, y que a pesar de que le había hecho varias confidencias, no quiso decirle la posada en que moraba.

El asunto se destapó, Felipe II intervino y,  uno tras otro, todos fueron declarando la verdad, aunque fray Miguel necesitó de tormento para reconocer que todo había sido tramado por él. El pastelero Gabriel Espinosa fue ejecutado, Fray Miguel, después de ser despojado de su condición eclesiástica fue ahorcado, y la pobre doña Ana recluida en un convento más apartado y triste que aquel en donde rumiaba su pena cuando se le presentó la ocasión de casarse con un rey.  © Del libro LOS PRISIONEROS DE FELIPE II. Conoce más detalles de esta increíble historia y otras, igual o más sorprendentes, en este libro de José Muñoz Maldonado




El escarabajo de nariz sangrante

 

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El escarabajo de  nariz sangrante

Este pequeño coleóptero de unos 2 cm de longitud, perteneciente a la familia de los crisomélidos –Chrysomelidae-, no puede volar y su caminar es lento, por lo que, en principio, es susceptible de ser fácilmente depredado.

Para evitarlo, tiene la capacidad de segregar por la boca y articulaciones una sustancia roja, de aspecto muy similar al de la sangre, que le proporciona el nombre común de escarabajo de la nariz sangrante, ya que parece llevar colgando de su nariz una gota sanguinolenta de un color muy llamativo. Tan sorprendente resulta esta facultad, que desconcierta a sus depredadores y les advierte de la posible toxicidad de ese líquido rojo. Realmente es una sustancia no tóxica, a lo sumo presenta una sabor desagradable que hace que las aves y reptiles se abstengan de atacarlo y comérselo.

NATURALEZA SORPRENDENTE DE LA P. IBÉRICA

NATURALEZA SORPRENDENTE DE LA P. IBÉRICA

Se distribuye por toda la península Ibérica y habita en zonas herbosas en las que se le puede descubrir durante la primavera cuando se deja ver en su edad adulta. (Extracto del libro NATURALEZA SORPRENDENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. Descubre muchas más curiosidades de la naturaleza ibérica con este libro)




La tragedia del príncipe don Carlos

LOS PRISIONEROS DE FELIPE II

LOS PRISIONEROS DE FELIPE II

Felipe II de España (1527-1598) reinó durante más de cuarenta años, desde 1556 hasta su fallecimiento en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Luces y sombras dan color a aquel período, tal vez uno de los más apasionantes de la Historia de España, y sobre el que más tinta se ha vertido por parte de biógrafos, historiadores y novelistas.

María de Portugal, primera esposa del monarca, dio a luz el 8 de julio de 1545, en Valladolid, un príncipe a quien se puso el nombre de Carlos, en memoria de su abuelo, el emperador Carlos V. A los pocos días de haber dado a luz al heredero de la inmensa monarquía española, la reina falleció.

El príncipe Carlos creció sin su madre, mientras que su padre, ocupado constantemente en hacer las guerras de Inglaterra, Flandes y Alemania, no fue nunca el apoyo que necesitaba. Se crió lejos de él, bajo la dirección de los archiduques Maximiliano y María, y de la princesa doña Juana de Portugal, su tía paterna, regentes y gobernadores de España durante las ausencias de su abuelo y de su padre. Cuando Carlos V, abdicando de sus coronas en Bruselas, vino a España para retirarse en el monasterio de Yuste, a su paso por Valladolid visitó al príncipe Carlos, y según refieren casi todos los testimonios, no quedó satisfecho con la educación y el carácter de su nieto.

Precisamente de su carácter, las crónicas de la época narran aspectos inquietantes, como sus tendencias a la crueldad, que se descubren desde muy niño, cuando se entretenía destrozando con sus propias manos los conejos vivos que le traían de la caza. Quizá algún tipo de desequilibrio estaba presente en la personalidad del príncipe, pero un hecho resultó definitivo. El domingo 19 de abril de 1562, a las doce y medía del día, al bajar el príncipe por una escalera angosta del palacio arzobispal de Alcalá de Henares, se resbaló. Rodó algunos escalones y terminó golpeándose violentamente contra una puerta que se hallaba cerrada. Las heridas que recibió en el rostro y en la cabeza no parecieron necesitar de grandes cuidados, pero se complicaron después, de tal modo que pusieron en grave riesgo su vida. Fue necesario hacerle la operación del trépano, una intervención terrible y delicada, que por lo general producía unas severas consecuencias en el cerebro de quien la recibía.

Entre recaídas y con un carácter convulso y variable, violento muy a menudo hasta con las personas de su máxima confianza, el príncipe forjó la obsesión de querer partir como gobernador a los Países Bajos. Sin embargo, la decisión de Felipe II estaba tomada, lo haría el duque de Alba, al que trató de asesinar don Carlos con un puñal. Pero no quedó ahí la cosa. Intentó recaudar fondos y contar con el apoyo de don Juan de Austria, tramando su fuga a los Países Bajos, pero su padre, el todopoderoso Felipe II se enteró de la trama y ordenó el cautiverio de su hijo. Su salud física y mental se fue deteriorando y el 24 de julio de 1568 falleció, a los 23 años de edad, preso o retenido por su padre. La muerte puso fin a un serio problema para Felipe II. A partir de este momento, los rumores acerca de un posible envenenamiento fueron aprovechados desde los Países Bajos por los enemigos del rey. La leyenda negra del monarca iniciaba su imparable progreso. © ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO, basado en el libro LOS PRISIONEROS DE FELIPE II, de José Muñoz Maldonado




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